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La otra crítica de la globalización

Hace unos días estuve visitando la exposición Èxodes, de Sebastião Salgado, en La Pedrera: una formidable muestra de fotografías de personas desplazadas por la guerra, el hambre o el odio. Me paré delante de una que representaba un barrio de chabolas, me parece que de São Paulo. Y me vino a la memoria la Barcelona de los años cincuenta. Nosotros también tuvimos nuestro éxodo y nuestros barrios miserables. Hoy los seguimos teniendo. Pero aquéllos, los de hace medio siglo, han salido adelante..., gracias a la globalización.

Nuestro crecimiento económico tuvo que ver con la apertura de mercados, con la entrada de capitales extranjeros, con la presencia de multinacionales, con el cambio tecnológico..., o sea, con lo que solemos llamar la globalización. Todo aquello creó oportunidades, que nosotros aprovechamos. 'O sea que', me dije al contemplar aquella fotografía, 'dentro de 50 años es de suponer que esos barrios de chabolas de São Paulo o Calcuta habrán desaparecido. O por lo menos los que ahora los habitan habrán pasado a residencias más humanas'. Mi queja ante los que tiran piedras a los comercios o queman cajeros automáticos en nombre de la globalización es doble: están haciendo el juego al verdadero enemigo y no están criticando lo que deberían criticar.

'Los enemigos de la globalización no están llevando a cabo un buen análisis de los fallos del sistema: se quedan en los tópicos'

Cuando los antiglobalizacionistas (y perdón por la palabreja) piden barreras contra los productos de los países que tienen mano de obra barata, les están cortando la posibilidad de producir, crear empleo y salir de la miseria. Cuando quieren limitar las inversiones o los préstamos internacionales, están condenando a las naciones pobres a vivir sólo con sus limitados recursos financieros -si lo hubieran hecho con nosotros, España seguiría siendo un país pobre-. Cuando quieren desarrollar el Tercer Mundo a base de ayudas masivas, les están condenando a vivir dependiendo siempre de la ayuda. Por eso digo que los enemigos de la globalización están, de hecho, siendo cómplices de los enemigos de los países en vías de desarrollo.

'Pero debes reconocer su buena voluntad', me dice el lector. Sí, sin duda. Pero el hambre y la marginación no se arreglan sólo con buena voluntad. Cuando las ONG pro Tercer Mundo van de la mano de los sindicatos de los países ricos, su causa pierde credibilidad (aunque quizá reciban apoyo mediático y económico). Me parece muy bien que protesten contra el colonialismo cultural norteamericano. Pero eso no es sino una faceta de la globalización. Y sobre todo, el modo de hacerlo -quemar los establecimientos de las cadenas norteamericanas de fast food- puede ser políticamente atractivo, pero es económicamente desastroso, porque acaba siempre en medidas proteccionistas que nos perjudican a todos: a los consumidores de los países ricos y a los trabajadores de los países pobres. La diferencia es que nosotros, los ricos, podemos permitirnos el lujo de pagar más por nuestros productos, mientras que los trabajadores de los países pobres se llevan la peor parte: el paro y la miseria.

Hay muchas cosas que criticar en el capitalismo global. Pero los enemigos de la globalización no están llevando a cabo un buen análisis de los fallos del sistema: se quedan en los tópicos. 'Globalización es desigualdad', dicen. Pero ¿causa la globalización la desigualdad? 'Globalización es empleo precario'. Pero ¿hay otra manera de crear muchos millones de empleo en el Tercer Mundo?

¿Y por qué no se lleva a cabo ese análisis profundo que la cuestión requiere? Del lado de los partidarios de la globalización, porque han encontrado la eficacia y... ¿para qué seguir buscando? Entre sus enemigos, a unos no les interesa remover las ideas: se vive muy bien en el capitalismo, sobre todo si la tarta se reparte entre pocos. Otros rechazan la economía convencional como un montaje ideológico... y se quedan sin instrumentos de análisis. Y para otros, en fin, tirar piedras a la policía no exige un gran trabajo intelectual.

Ahora que ya me he despachado a gusto contra los antiglobalizacionistas, déjenme que diga algo en su defensa, algo que ya he apuntado antes: tienen parte de razón. Pero no por las razones que ellos dan. Un ejemplo: nos dicen que no quieren que el mercado lo inunde todo. De acuerdo: yo tampoco. Yo quiero que la producción de bienes y servicios para satisfacer necesidades materiales la ordene el mercado, globalizada y eficientemente. Pero no quiero que los bienes producidos en el mercado actúen como falsos sustitutos en la satisfacción de necesidades de otra naturaleza. Por ejemplo: la vida de familia consiste, para muchos, en consumir (bebidas, programas de televisión, películas de vídeo, monovolúmenes...). El consumo acaba siendo la clave de la satisfacción de sus necesidades de socialización, de relación, de amistad: hemos dejado que el mercado nos invada, para comprar cosas producidas como sustitutos de algo más importante.

Pero ¿quién tiene la culpa de esa mixtificación de necesidades? ¿La globalización, las multinacionales, el Banco Mundial...? No. En el tiempo de la globalización hemos descubierto una crisis de valores. Lo fácil es echar la culpa a la globalización. Pero la verdadera respuesta hay que buscarla en otro lugar. A ver cuándo podemos leer, en las webs de los antiglobalizacionistas, un buen análisis de ese fenómeno.

Antonio Argandoña es profesor en el IESE.

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