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Reportaje:

El peligroso rescate del 'Kursk'

Los torpedos y los reactores nucleares amenazan una operación sin precedentes

Los preparativos para sacar a la superficie el submarino nuclear ruso Kursk a mediados del próximo mes de septiembre van viento en popa. La Armada rusa, que el mes pasado firmó un contrato con la firma noruega de rescates Mammoet, ya ha comenzado los entrenamientos de los buzos que participarán en el proyecto, cuyo coste alcanza los 12.650 millones de pesetas.

La operación no tiene precedentes y entraña enormes riesgos. El Kursk es un monstruo de 154 metros de largo y 20.000 toneladas de peso. La primera fase de los trabajos consistirá en separar la proa del resto del submarino. Fue precisamente en la primera cámara, en el compartimiento de torpedos, donde se produjo la explosión que hizo naufragar la nave el 12 de agosto de 2000 con sus 118 tripulantes a bordo. La mayoría perecieron en los primeros minutos, pero, como se supo gracias a la nota dejada por el tripulante Dmitri Kolésnikov (uno de los 12 cuerpos rescatados el otoño pasado), 23 marinos permanecieron con vida durante varias horas.

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El mayor problema es que un número indeterminado de torpedos no explotó, según afirma Iliá Klebánov, viceprimer ministro responsable de la industria militar. Es, por tanto, una incógnita lo que sucederá cuando se separe la proa del resto del cuerpo del sumergible. 'Es evidente que hay peligro. Puede suceder cualquier cosa con un submarino nuclear cargado de torpedos muy potentes', advirtió el almirante Vladímir Kuroyédov, comandante en jefe de la Marina de Guerra. Klebánov explicó que, debido al gran riesgo que entraña la primera fase de la operación, en ella no participarán buzos, sino robots, que, dirigidos a distancia, cortarán la doble capa de acero que separa el compartimiento de torpedos del resto del submarino. Los rusos aseguran que a bordo no había armas nucleares. El Kursk podía cargar 24 misiles de crucero, cuatro torpedos y dos bombas de profundidad de gran calibre.

Una vez separada del resto del sumergible, la proa será depositada en el fondo del mar de Bárents, a 108 metros de profundidad, hasta que militares y políticos decidan qué hacer con ella. Durante largo tiempo, el Kremlin trató de convencer al mundo de que el culpable de la tragedia había sido un submarino espía de la OTAN. Finalmente, Rusia reconoció que la explosión había sido causada por un torpedo propio, sin descartar la posibilidad de un choque previo con otra nave. Al dejar la proa en el fondo del mar, el misterio continuará sin resolver.

La segunda fase del proyecto consiste en levantar el resto del submarino. Para ello, los buzos (los mismos que participaron en la recuperación de los cuerpos el otoño pasado) harán una veintena de agujeros en el casco del Kursk para enganchar en ellos las barras de acero que descenderán desde un barco en la superficie.

Una vez fijado el submarino, comenzará su reflotamiento, que durará unas diez horas. El alzamiento no se hará con grúas, sino con bombas hidráulicas dirigidas por una computadora. La inclinación máxima del Kursk será de sólo medio grado. Esto es muy importante para evitar que se quiebre el sumergible, lo que tendría impredecibles consecuencias. Los submarinos del tipo Oscar-II cuentan con dos reactores nucleares. Los del Kursk se apagaron automáticamente cuando se produjo la explosión. Si todo va bien, el Kursk estará reflotado el 15 de septiembre. Entonces comenzará la tercera operación, la más fácil: remolcar el submarino hasta un dique seco en la península de Kola. El remolque se prolongará por unos cinco días.

El delicado problema de los cuerpos de los marinos no está resuelto. ¿Quedan cadáveres en la primeras cámaras? ¿Podrán ser recuperados? Las autoridades sólo responden que si se encuentran cuerpos, serán enterrados con honores militares y de acuerdo con los deseos de sus familiares.

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