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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De moda

Detrás de toda operación económica hay siempre una intencionalidad política más o menos clara. Ahora nos insisten desde Madrid y Barcelona en que la Comunidad Valenciana está de moda. Ejemplo de trayectoria, modelo de autonomía, capitalidad emergente de Valencia junto a Castellón y Alicante. Si la agricultura ya no es lo que era en su peso relativo con el conjunto del país, ni en su parcela del producto interior bruto o en exportación, los azulejos, los zapatos, el mueble, los transformados metálicos, el textil o la cerámica han tomado el testigo con energía, sin olvidar el sector servicios que crece continuamente, hasta representar la tercera parte de la actividad económica productiva. La Comunidad Valenciana es una espléndida realidad con un considerable potencial para el porvenir. ¿Qué nos falta para conseguirlo? Nimiedades como circuitos financieros autóctonos, mentalidad empresarial donde el sentido de la propiedad no prime sobre la eficacia en la gestión, menos amos y más empresarios, incorporación de avanzadas innovaciones tecnológicas a la producción y la organización, auténtica vocación internacional, dimensión autonómica de los ámbitos de actuación y en el alcance de las decisiones, convencimiento de que la economía de la Comunidad Valenciana no sobrevivirá sin una estrategia cohesionada, que los sectores económicos no se impondrán por separado. Y finalmente, que el negocio cultural no es un capricho ni un lujo promovido por un puñado de trasnochados.

En otras épocas, la Comunidad era referencia obligada en temas tan concretos como el editorial, el político, el artístico, el periodístico, el ferial, el empresarial o el financiero. Nombres como el de Navarro Reverter, Marqués de Campo, Ignacio Villalonga, Joaquín Reig, Luis Lucia, Vicente Iborra, Vicente Blasco Ibáñez, Manuel Casanova, Aguirre i Matiol, Emilio Attard, Manuel Broseta, Ricardo Samper y otros muchos, dan a entender la calidad de los mimbres que casi siempre se malograron o se diluyeron en la aproximación a Madrid. Había visiones agudas y proyectos inteligentes, pero faltó cohesión interna y una estrategia para renunciar a alguna de las metas inmediatas que conviene consolidar a largo plazo.

De uno en uno, sin disciplina, sin estrategia y sin programa de acciones, poco se puede hacer, más allá de una raquítica limosna para resolver el célebre Balcón al Mar del Puerto de Valencia, un incierto acceso al recinto portuario desde el norte, un tren de alta velocidad en el horizonte o un parque central que deje de dividir la ciudad. Por hablar de magnitudes, mientras el Puerto de Valencia ha de partirse el pecho por cinco mil millones de pesetas en inversión pública, el de Barcelona se encamina a por los 175.000 millones, de los cuales ya tiene asegurados más de 50.000 en el Boletín Oficial del Estado. Es posible que algún día y en algún lugar se explique de qué manera se consigue, que quienes detentan poder en Madrid respeten y consoliden las reivindicaciones de una determinada zona de España, no porque se llore más, sino simplemente porque se tiene razón y autoridad entre el conjunto de los administrados. No se puede dejar rodar determinadas cuestiones, ni abandonar a nuestros dirigentes a su suerte. Conviene que sientan el apoyo de la sociedad a la que representan y en algunos casos su presión.

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