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Reportaje:

La caída del paraíso de Manute Bol

El ex jugador de la NBA malvive enfermo en su Sudán natal tras arruinarse ayudando a la guerrilla y a su familia

Jartum, Sudán, 19 junio.- En una tarde sofocante, jóvenes del sur de Sudán juegan al baloncesto en una descuidada cancha, a las afueras de Jartum. Botan una pelota barata sobre las baldosas rotas mientras unos cientos de adolescentes contemplan el juego, gritando, charlando y coqueteando. Cientos de kilómetros al sur, el Gobierno lanza bombas sobre su tierra natal.

Después de que un muchacho falla desesperadamente un gancho, un hombre abandona su asiento y entra a zancadas en la cancha. Es impresionantemente alto, incluso para un dinka, la más alta de las tribus del sur. El hombre pide la pelota, levanta sus largos brazos hacia el cielo e introduce suavemente la pelota en la canasta. No despega los talones del suelo. Una oleada de placer se extiende por la multitud, que explota en vítores mientras el hombre eleva sus flacos brazos, imitando un gesto de Supermán.

'Es tan delgado que para ahorrar dinero en viajes simplemente lo envían por fax', dijo Woody Allen

Manute Bol todavía puede enardecer a una multitud y atraer vítores en una cancha de baloncesto pero, seis años después de su jubilación de la NBA, su vida en la cancha ha dado algunos giros funestos.

Muchas de sus inversiones han salido mal. A menudo le duelen las rodillas y las muñecas por el reumatismo y vive una existencia sin trabajo en el lado peor parado de la larga y dura guerra civil sudanesa. Su esposa lo ha abandonado, para trasladarse a Nueva Jersey con los cuatro hijos de ambos. Bol vive ahora en una casa alquilada de un polvoriento suburbio de Jartum con dos esposas, un hijo y 14 parientes. Algunos días, las rodillas le duelen tanto que, con 39 años, apenas puede caminar.

Aparte de las camas, en la casa de Bol no hay muebles; lo vendieron todo la semana pasada para conseguir dinero. Bol quiere volver a Estados Unidos, a solicitar una pensión de la NBA -que tal vez no pueda obtener hasta dentro de al menos seis años- y quizá convertirse en entrenador de baloncesto. Pero la razón principal es que quiere ver a sus hijos. 'Llevo cuatro años sin verlos', dice. 'Necesito desesperadamente verlos'.

'Ahora no soy nadie', se lamenta, sentado en un taxi que cruza a toda velocidad el Nilo para ver un partido de baloncesto, 'pero aún soy alguien para los míos'.

Cuando Bol entró en la NBA, en octubre de 1985, era el jugador más alto de todos los tiempos. Hirsuto y con una estatura de 2,31 metros, le encantaba quitarles la pelota a los rivales con un tapón. Podía hacer que pívots más móviles y atléticos alterasen sus lanzamientos para evitarle. En su primera temporada, puso 397 tapones, récord aún vigente.

En 10 años en la NBA, jugó en media docena de equipos, incluidos el Washington Bullets, el Golden State Warriors, el Miami Heat y el Philadelphia 76ers. Cuando se retiró, en 1995, en la Liga había otro jugador con 2,31 metros de estatura: Gheor-ghe Muresan.

El ataque nunca fue uno de sus fuertes, aunque, cuando estaba en Golden State, el entrenador Don Nelson le animó a realizar tiros de tres puntos, para los que demostró tener una inesperada facilidad.

La estatura de Bol y su atractiva historia personal -creció cuidando vacas en una remota aldea de Su-dán- le convirtieron en centro de una gran atención durante su carrera en Estados Unidos.

'Manute Bol es tan delgado que para ahorrar dinero en viajes simplemente lo envían por fax de una ciudad a otra', bromeó una vez Woody Allen.

En el punto culminante de su carrera, Bol afirmó que había firmado un contrato de 1,5 millones de dólares con los 76ers, y sus ingresos se vieron aumentados por los contratos publicitarios con Nike, Kodak, Toyota y otros. Gastó el dinero en coches de lujo, ropa a la moda y casas en Maryland, Egipto y Jartum. Invirtió 500.000 dólares en un club en Washington, el Manute Bol Spotlight; dirigido por un amigo, el club quebró.

Pero Bol aseguró que la mayor parte de su dinero había ido a parar a los sudaneses del sur. Bol, que procede de una poderosa dinastía dinka, tiene miles de parientes, muchos de los cuales le pidieron ayuda. Parte de su dinero sirvió para pagar las vacas para una dote o un funeral.

También gastó millones de dólares en la guerra civil que desde hace 18 años asola Sudán. La lucha se da entre el gobierno nacional, dominado por los musulmanes del norte, de etnia árabe, y los rebeldes del sur, de raza negra y con creencias cristianas y tribales.

El gobierno de Jartum lanzó un violento ataque contra los rebeldes del sur, liderados por los dinkas. Miles de civiles, incluidos pobladores de Turalei, la aldea de Bol, huyeron de su casa, y acabaron en campos de refugiados de Etiopía. Bol visitó los campos e intentó conseguir apoyo de Estados Unidos. 'La gente estaba en muy malas condiciones', recuerda. 'Uno los miraba una vez y no era capaz de volver a hacerlo'.

Bol se convirtió en un importante respaldo financiero para los rebeldes, el Ejército de Liberación Popular de Sudán. Pagó su oficina en Washington y a un miembro de un grupo de presión. Él calcula que gastó en total más de 3,5 millones de dólares en los rebeldes.

En 1995 dejó la NBA y, después de jugar brevemente el año siguiente con un equipo italiano, se trasladó a Kampala, Uganda. Invirtió 150.000 dólares en un negocio regido por un primo, que también fracasó. Entonces, el Gobierno sudanés ofreció un acuerdo de paz. Uno de los dirigentes rebeldes, Riak Machar, de la tribu nuer, aceptó la propuesta, pero el Ejército de Liberación Popular la rechazó. Bol sorprendió a muchos sudaneses al ponerse de parte de Machar. En 1997, abandonó repentinamente Kampala y regresó a Jartum.

El Gobierno consideró la decisión de Bol de regresar a Jartum todo un golpe propagandístico. 'Cuando Manute vino la primera vez, salió en todos los periódicos', cuenta Jacob Kauat, antiguo compañero de equipo en Sudán. 'Lo custodiaban cuatro guardaespaldas y uno necesitaba horas para poder hablar con él. Y eso que era uno de sus amigos'.

Varias personas dijeron que le habían prometido un puesto importante en el Gobierno, pero eso nunca se hizo realidad. Sin trabajo y olvidado, Bol comenzó a notar la tensión. Vendió una casa en Egipto y otra en Jartum. La casa de Estados Unidos la había perdido por falta de pago. Bol habla en términos vagos de su economía y de cómo se las arregla sin trabajo.

Quiere volver a Estados Unidos con su segunda esposa, Ajok, pero no está claro que el gobierno sudanés le vaya a dejar salir. Algunos de sus amigos temen que su partida se considere una vergüenza para el Gobierno.

Por ahora, Bol ejerce las responsabilidades de un jefe dinka. Organiza bodas y velatorios, media en disputas y ofrece consejo a los jóvenes.

Declara que no lamenta haber perdido el dinero y la fama. Después de visitar Estados Unidos, ha dicho, sólo desea volver a Turalei, su aldea ancestral, y cuidar su ganado. 'Tendría una granja enorme. Entonces no nos preocuparíamos por el dinero. Si tienes vacas, tienes el dinero'.

Sin embargo, antes debe terminar la guerra; y también falta mucho tiempo para que el vaquero regrese a casa.

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