La subversión subvencionada
La subversión subvencionada es el lujo del poder desmesurado. La expresión de la borrachera del poder en una sociedad democrática. En las otras, es moneda corriente, en forma de adulación, y de acatamiento sometido a los dictados del poder omnímodo. Vayamos a la nuestra, a una sociedad abierta y democrática.
Arte, conocimiento, ciencia, cultura en suma, se convierten en bienes de consumo. No para los usuarios, sino para los subvencionadores, que lo intentan todo, para mayor gloria y honor propios, aunque ambos sean efímeros, en razón misma del carácter de consumo con que se consideran los productos culturales.
Como señala Annie Le Brun, la miseria de este tiempo es la pasividad, el confort del espectador ante la pantalla de TV; en definitiva, la aceptación acrítica de las propuestas del poder. El esperpento, aportación de la tribu hispánica a la cultura del absurdo, consiste en tratar de justificar la aceptación del sometimiento, también efímero, de la cultura como espectáculo breve. Así se puede explicar la proliferación de la insignificancia, como pauta que sustituye el contenido por el gesto. Grandes continentes, carentes de contenido.
La mezquindad del mercader sustituye, como se deriva por lógica, a la inteligencia. De la misma manera que se supone la ausencia de criterio, de inteligencia, al contribuyente y al ciudadano, sufridores de tanta perpetración de atentados contra la razón y el pensamiento crítico. Al cabo, este último puede comprarse, de subvención en subvención, y el pagano siempre contribuirá por imperativo legal o por inercia.
A ello cabe añadir el entretenimiento de los bombos mutuos, en el que si tu me citas yo te cito, y ambos famosos en un mundo cada vez más fragmentado y empequeñecido. Unas gotas de falsedad reiterada, y ya tenemos una fama, con el aderezo de alguna que otra polémica gremial entre aparentes propietarios de temas, o de plagios reiterados. Fue Pla, quien entre cínico y real, en su Quadern Gris, reclamaba el plagio para un oficio, el de periodista. Aquí, que en decir coincidente con Prieto, estaría justificado por los apremios y exigencias de los medios, se ha convertido en argumento para otros menesteres menos justificados. O nada justificados.
Del plagio al servilismo, de nada sirve el amago de coartada, aquello de que 'todos son iguales'. Es preferible decir, 'estos pagan más, y preguntan menos'; lo que, además de, según parece, ser cierto, indica que tampoco a los subvencionadores les interesa nada... al menos acerca de los contenidos, y todo sobre la imagen, especialmente mediática, así en la ciencia como en las artes, en la literatura como en la naturaleza: lo que mande el marketing político y social, por supuesto.
Una edad dorada para la subvención, que sin mengua alguna de sus principios, obtiene al cabo, y sin condición alguna, el estadio de subvención. Sin obligaciones ni contrapartidas, sin tener que predicar, ¿cómo se decía?, en última instancia, las bondades del poder. Éste pasa de ello, y el subvencionado, al recoger la dádiva, puede seguir siendo subversivo. La glorial. Las citas mutuas hacen el resto. Por cierto que cuanta mayor la desmesura, mayor el exotismo o el radicalismo del subvencionado, mayor el éxito y más pingüe la subvención, y, al decir de Jaume Roig, tots contents, i el nòvio més, más o menos.
Desde el pesimismo de la razón, que deriva de estas consideraciones, sólo cabe aferrarse a la tabla del optimismo de la voluntad. Como siempre, por otra parte. Y esperar que escampe, con la ayuda de la ciudadanía, para redescubrir a la subversión camino de Damasco, apeada de la profesionalidad en que ahora se encastilla.
Al tiempo, que todo lo restituye.
Ricard Pérez Casado es licenciado en Ciencias Políticas y diputado del PSOE por Valencia.
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