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LA CRÓNICA
Columna
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El factor ardilla

Siempre digo que Joan Manuel Serrat, Pasqual Maragall y Jordi Pujol -por poner unos ejemplos emblemáticos- son barceloneses porque sus madres los parieron aquí. Esos adorables bebés tuvieron la suerte de nacer en Barcelona. Yo no: yo elegí vivir aquí. ¿A que tiene mérito? El asunto es que amo a mi ciudad adoptiva. La encuentro prácticamente perfecta. Uno de los pocos defectos que le veo es que, para erigirla, hubo que cargarse un buen trozo de bosque mediterráneo. Ojo, no soy uno de esos ecólatras descritos por Fernando Savater, que creen que el hombre sobra en la naturaleza o es su cáncer. No, a mí me gusta la gente, aunque últimamente disfruto más con la compañía de los árboles. De los árboles y de Maite que, si no, me abronca y con razón: 'Ya que me nombras, al menos hazme quedar bien'. El bosque mediterráneo, mito entre los mitos, cuna de leyendas sagradas y de realidades contundentes como la civilización grecorromana, llega renqueante hasta los límites de Barcelona y se introduce ligeramente en ella. Maite y yo tenemos la sana costumbre de coger la línea verde del metro, bajarnos en la estación de Montbau y trepar cual gamos al Palau de les Heures. Vamos para ser y para estar, para amarnos con exacerbado vigor estimulados por su estremecedora, mortificante belleza. No exagero un ápice. Posado como un ave del paraíso sobre la falda de la sierra de Collserolla, el palacio fue construido hace poco más de un siglo por encargo de la familia Gallart. Hubo un cambio de manos y en 1958 lo compró la Diputación de Barcelona. Entre 1977 y 1989 se restauraron el edificio y los jardines. Actualmente está arrendado a la Universidad de Barcelona, cuya Fundación Bosch i Gimpera lo utiliza para impartir estudios de formación continuada y posgrado.

Jardines del Palau de les Heures y del palacio de Pedralbes: hay privilegiados absolutos que trabajan viendo esos escenarios

Lo que estoy intentando decir es que hay gente que trabaja ahí. ¿Serán conscientes de su inmenso privilegio? Son currantes que si miran por la ventana con un poco de atención pueden ver a las ardillas afanándose en la recolección de frutos secos y otras tareas propias de la rojiza y mullida condición de ese roedor arborícola. El factor ardilla marca la diferencia. Sólo un espíritu calloso, desprovisto del menor atisbo de sensibilidad, osaría disentir. Sin el ruido y el olor de los coches, acompañados de flores, fuentes cantarinas y árboles majestuosos, los trabajadores del Palau de les Heures son gente afortunada. No es lo mismo pasar ocho horas en el bosque mediterráneo que en las taquillas del metro. Sin abandonar la línea verde, Maite y un servidor nos dejamos llevar por la gran serpiente subterránea hasta la estación de Palau Reial. A diferencia del Palau de les Heures, el palacio de Pedralbes es bien conocido por los barceloneses. Sede del Museo de Cerámica y el Museo de Artes Decorativas, alberga exposiciones itinerantes y está rodeado de magníficos jardines. ¡Cuántas horas he pasado caminando en silencio por esos senderos, intentando desentrañar el misterio de la existencia! Cada caminata un fracaso, vale, pero también un incremento de la riqueza interior por haberlo intentado. Lo que quizá mucha gente no sepa es que a un lado del palacio, en lo que parece haber sido la casita del jardinero, se halla la sede de una ONG llamada Design for the World. (Diseño para el Mundo, para los pocos lectores de EL PAÍS que no dominan la lengua del imperio). Esta ONG, según su propia definición, 'promueve estrategias e iniciativas orientadas a acciones concretas para hacer frente a las necesidades más básicas de la colectividad, sobre todo en situaciones sociales, culturales y económicas excepcionalmente difíciles'. También explica que lo suyo es 'impulsar soluciones para los marginados, los desplazados, las víctimas de la guerra y los desastres naturales, personas en situaciones de extrema pobreza, aquéllas que viven en zonas altamente contaminadas, los ancianos y los discapacitados'. No se trata, por supuesto, de que los supervivientes de un terremoto se repongan en un taburete asimétrico diseñado por Mariscal. No. En el hipotético caso de una campaña de vacunación en Haití, por ejemplo, los profesionales del diseño aportarían gratuitamente sus conocimientos para resolver las cuestiones inherentes a su campo. ¿Está claro? Lo que está superclarinete es que trabajar en la casita del jardinero del palacio de Pedralbes, y encima haciendo el bien sin mirar a quién, es un chollo de campeonato. Consultadas dos colaboradoras de Design for the World, Mar Faus y Silvia Domínguez, confirman que a través de las ventanas de su despacho pueden ver a las ardillas retozando alegres en las ramas de los pinos. El jardín del palacio de Pedralbes no es estrictamente bosque mediterráneo, pero algo de su fauna y gran parte de su magia están ahí para ser disfrutadas. Y el misterio de la existencia sigue sin desentrañar.

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