Jabalíes en La Granja
Un comedero de cochinos del siglo XVIII yace arruinado en mitad de un bosque cerca del palacio
A los jabalíes les han colgado el sambenito de ser unos demoños, con eñe de dañinos y sañosos. Pero lo cierto es que son seres inofensivos, que si arrasan un maizal es porque no hallan bellotas en los menguados bosques de encinas y robles, que si han proliferado más de la cuenta es porque hemos exterminado todos sus depredadores y que si hacen trizas a un humano con sus retorcidos caninos de hasta 30 centímetros es porque ese humano les ha tendido una trampa con nocturnidad, alevosía y una lata de gasóleo; que no nos pregunten por qué, pero a los jabalíes les encanta rebozarse en gasóleo.
Si en largos años de excursiones no hemos tenido ningún tropiezo desagradable con jabalíes -¿cómo tenerlo, si los angelitos duermen de día?- y sí, en cambio, varios con cazadores -balas perdidas, jaurías enloquecidas y discusiones en clara inferioridad de armamento-, nos permitirán concluir que los salvajes son los escopeteros, por más que luego mastiquen educadamente su trofeo -cuya carne es más sabrosa y tiene menos grasas y calorías que la del cerdo- con una dentadura perfecta, ideal para sonreír en los consejos de administración, porque matar jabalíes por deporte cuesta un riñón.
Rico y encantador era el infante don Luis de Borbón, hijo segundón de Felipe V, amigo de la música, la pintura -Goya fue su protegido- y el amor verdadero, a tal punto que renunció al capelo cardenalicio y se casó con mujer de menor nobleza. Y era también un tremendo escopetero que, para mejor cazar en las vecindades del palacio de La Granja, se gastó una pasta en tres cebaderos de jabalíes: el de la Pata de la Vaca, el de la Peña Caballera y otro llamado de Alegre, sito al pie del cerro de la Silla del Rey, más conocido como la Casa del Cebo. A su muerte, acaecida en 1785, los compró Carlos III a doña María Vallabriga, su viuda, por 25.366 reales.
La Casa del Cebo estaba -y, aunque arruinada, sigue estando- cerca de la esquina meridional de la tapia de palacio, a unos 300 metros de la Puerta del Cebo, la cual permanecía siempre cerrada, como ahora, salvo cuando sus majestades se hallaban de jornada en el Real Sitio. Que sea una pura ruina no debe desanimar a nadie, pues ya en 1884 los cicerones Breñosa y Castellarnau advertían que la casa merecía una visita sólo por sus bonitos alrededores, aliciente más que sobrado para echarnos a caminar hoy en su busca.
Partiremos del poblado de La Pradera de Navalhorno, o La Pradera a secas -que así aparece señalizado dos kilómetros antes de llegar a La Granja por la carretera que baja del puerto de Navacerrada-, siguiendo el paseo adoquinado que lleva al Centro Montes de Valsaín y a una fábrica de maderas. Al final de dicho paseo nace una pista forestal de asfalto, cerrada al tráfico con barrera, por la que continuaremos en suave ascenso, sin tomar ningún desvío, hasta arribar junto al arroyo de la Chorranca, donde el camino asfaltado se bifurca.
Por el ramal izquierdo de la pista, que nada más cruzar el arroyo se empina y surca los más bellos pinares del Guadarrama, llegaremos -como a tres cuartos de hora del inicio- a un claro del bosque utilizado como cargadero de troncos. Y un centenar de metros más adelante deberemos desviarnos a la izquierda por un camino de tierra que, en cosa de diez minutos, atraviesa la zona encharcadiza donde yace, casi irreconocible, la Casa del Cebo: una ruina de piedra y ladrillo, de 20 por 3 metros de base y no más de un metro de altura, entre cerezos, sauces y álamos temblones, a cuya sombra eran alimentados como reyes los cochinos jabalíes, aunque para nada bueno.
Otra hora nos llevará el regreso, bajando a la cercana Puerta del Cebo y bordeando hacia la izquierda la tapia que ciñe los jardines palaciegos -por camino de tierra y luego de asfalto- hasta la monumental reja de la Puerta de Cosío. Justo enfrente de ésta arranca, tras una puerta metálica y una barrera, el paseo del Nogal de las Calabazas, que nos conducirá con derechura al punto de partida.
La mejor guía, de 1884
- Dónde. La Pradera de Navalhorno dista 75 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de A Coruña (A-6) hasta Villalba, por la M-601 al puerto de Navacerrada y por la CL-601 hasta dos kilómetros antes de La Granja. Una vez en La Pradera, a la altura del restaurante El Torreón, veremos la señal marrón del Centro Montes de Valsaín y el paseo adoquinado por donde empieza la excursión. - Cuándo. Paseíto circular de seis kilómetros y dos horas de duración, con un desnivel acumulado de 140 metros y una dificultad muy baja, recomendable para las épocas más calurosas del año al discurrir en todo momento a la sombra de los pinares y los robledales. - Quién. Rafael Breñosa y Joaquín María de Castellarnau escribieron en 1884 su Guía y descripción del Real Sitio de San Ildefonso, que no ha sido superada hasta el momento y contiene curiosísimas noticias sobre La Granja, incluida la Casa del Cebo. Una edición facsimilar realizada en 1991 está a la venta en la tienda del palacio. - Y qué más. La ubicación exacta de la Casa del Cebo se hallará consultando la hoja 18-19 (Segovia) del Servicio Geográfico del Ejército. Para este propósito no sirven los habituales mapas excursionistas de la sierra, que suelen situar las ruinas muy fuera de lugar.
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