El centenario de Verdi

El centenario de la muerte de Verdi se ha conmemorado en el Palau con un Don Carlo (ópera no escuchada en Valencia desde 1976), además de la exposición que se prolonga hasta el día 28. Pero la efémerides ha servido, también, para que el público exteriorizara su entusiasmo ante Ana María Sánchez, soprano de Elda convertida ya en una de las voces verdianas más prometedoras de la actualidad. Dotada de cualidades naturales que le permiten asumir ese tipo de repertorio, lo viene trabajando con inteligencia y precaución, de forma que su instrumento se desarrolla sin dañarse, y los personajes se vierten con esa aparente facilidad que brota de la técnica adecuada y el estudio concienzudo. El fraseo cuidadosamente elaborado, el fiato calculado hasta el milímetro, las dinámicas bien programadas y la ponderada confrontación con la orquesta justifican, por otra parte, los aplausos más rotundos de la sesión.

Leandra Overmann la siguió de cerca. Su Príncesa de Eboli, algo menos madura -vocalmente hablando- que Isabel de Valois, arrasó por la sinceridad, el fuego y la expresión: los registros, más desiguales que en Ana María Sánchez, la afinación menos rotunda, la emisión no siempre ortodoxa. Y, sin embargo, ¡qué aplastante su 'Ah, Più non vedrò!'. Los pelos de todos los asistentes se pusieron de punta, porque consiguió que su personaje apareciera realmente vivo y cercano al espectador.

Renato Bruson fue, naturalmente, el que mejor dijo -el que mejor contó- las cosas: su brillante historial permitía suponerlo. La edad, sin embargo, le causó problemas, sobre todo en el último acto. Las otras voces graves (Mihail Mihaylov como Felipe II y Eric Halfverson en el Gran Inquisidor) descendieron a sus respectivas profundidades sin problema alguno, aunque el primero de ellos sí que los tuvo en la zona aguda del registro. Miguel Olano, en el difícil papel de Don Carlo, tuvo prestaciones muy desiguales: en el primer acto, no daba con exactitud los agudos de salto, evidenciando, además, una emisión poco asentada que podría amenazar su voz en poco tiempo. Llegó al tercer acto -dúo con Rodrigo- dando muestras de agotamiento, y, sin embargo, se recuperó luego, haciendo la escena final del cuarto con las facultades al completo.

Miguel A. Gómez-Martínez no profundizó demasiado con la batuta. El tema del famoso dúo entre Don Carlo y Rodrigo (Dio, che nell'alma infondere) reaparecía una y otra vez sin que pudiera captarse su intensa función unificadora. Las dinámicas en fortissimo resultaban ásperas, y los números de conjunto apenas quedaban cohesionados. Con todo, no hubo cataclismos. Pero la impresión de plenitud la debemos esta vez a los solistas. Sin ellos, todo hubiera transcurrido por los ámbitos de una mediocridad tediosa.