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A PIE DE OBRA
Columna
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El gran Granville

Marcos Ordóñez

- 1. Una 'bici' de lujo. Yo creí, durante mucho tiempo, que Wilson Knight era el mejor ensayista inglés sobre Shakespeare -bueno, Wilson Knight y Northrop Frye- hasta que descubrí a Harley Granville Barker y sus Prefaces: textos vivos, apasionados, instructivos y, sobre todo, claros, antiacadémicos. Hará un par de años no tenía ni puñetera idea de quién era Harley Granville Barker (el nombre me sonaba a mountain bike de lujo); hoy me parece uno de los hombres de teatro más importantes -y olvidados- de la escena europea. Sí: una bici de lujo, capaz de subir airosamente, sin aparente esfuerzo, montañas muy diversas y empinadas. La carrera de Granville Barker es un carrerón en el que toca todos los palos. Nacido en 1877, empezó como actor, a los 20 años, en la compañía de Mrs. Patrick Campbell, la Beatricissima de Bernard Shaw. En 1900, Shaw le elige para protagonizar Candida y escribe varios papeles para él, lo que genera el rumor de que el joven Harley es su hijo natural. De 1904 a 1907, Granville Barker se pone al frente del Royal Court, y en esos cuatro años protagoniza y/o dirige nada menos que 32 comedias, estrenos absolutos (su objetivo, totalmente inusual para la época, era el de presentar sólo nuevas obras), de Ibsen, Maeterlinck, Schnitzler y Shaw: todo un programa. En 1905 se convierte en dramaturgo con The Voysey inheritance, a la que seguirán Waste (prohibida por inmoral en 1907, no se estrenó hasta 1936) y The Madras house (1910), tres ácidas y corales comedias de costumbres que hacen pensar en un Berlanga eduardiano.

'Para John Gielgud hay un antes y un después de las aportaciones de Granville Barker'

En 1912, y a partir de su experiencia al frente del Royal Court, lanza un proyecto visionario del National Theater, A schem and estimates, coescrito con el crítico William Archer, en el que se trata desde su futura localización en el South Bank y el repertorio deseable hasta el sistema de subvenciones públicas, el precio de las entradas, el staff necesario, y las características (44 actores, 22 actrices) de la compañía. Un comité de escritores y gente de teatro, en el que estaban Shaw, Barrie, Pinero y Galsworthy, secundan la idea, pero la Gran Guerra da al traste con el plan, que no se retomaría hasta la década de 1930.

En la temporada 1913-1914, Granville Barker toma por asalto el Savoy, hasta entonces feudo de la opereta, para ofrecer tres montajes de Shakespeare (The winter's tale, Twelfth night y A midsummer night's dream) que la crítica califica de 'revolucionarios', anticipándose en 50 años a las teorías del 'espacio vacío' de Peter Brook, su más claro descendiente. 'I want to see Shakespeare made fully efective on the English stage', dice en su declaración de intenciones. Cuando Granville aborda esa ambiciosa tarea, que le convertirá en el primer director británico moderno, en la escena inglesa impera un Shakespeare más declamado que interpretado, con montajes que reducen Midsummer a un cuento de hadas, o presentan As you like it como un cuadro pastoral... con corderitos incluidos. Para Granville, un Shakespeare 'plenamente efectivo' quiere decir 'emocionante, vivo, real'. Escribe: 'El escenario no es una casa de locos incomprensibles ni un museo zoológico lleno de animales disecados, sino un espacio en el que se mueven seres humanos, tridimensionales y contradictorios'. Granville rompe tanto con la imposición declamatoria de la época, todavía en la tradición retórica del XIX ('Be swift, be swift, not poetical', le dice a una de sus actrices), como con los decorados modelo tableaux: 'La escenografía que pide Shakespeare', escribe, 'nunca ha de ser decorativa ni literal, sino mínima, expresiva y metafórica, sin dejar de ser nunca precisa'. Su influencia en el teatro británico fue inmensa. En Interpretando a Shakespeare, el espléndido texto autobiográfico de John Gielgud que acaba de publicar Alba Editorial, Granville Barker aparece como el 'padre y maestro mágico' del actor, como su vara de medir teatro: 'Hay un antes y un después', dice Gielgud, 'de las iluminadoras aportaciones de Granville Barker'.

- 2. 'Prefaces' en Provenza. El joven Granville tenía éxito como actor, director y dramaturgo y además, a juzgar por las fotos, era considerablemente guapo, o sea que no tardaron en crucificarle. Para eterna envidia de sus colegas, se casó con una millonaria norteamericana, Helen Huntington, y se dedicó a pegarse la gran vida, convertido en un gentleman farmer. Afincado en Devon y luego en el sur de Francia, Granville emplea su tiempo en viajar por Europa y América, ver teatro, comer y beber de maravilla, traducir las comedias que le gustan (entre ellas, por increíble que parezca, las de los Quintero y Martínez Sierra) y escribir sus famosos Prefaces a las principales obras de Shakespeare, una serie de volúmenes (12 en total) que van apareciendo desde la década de 1930 hasta su muerte, en 1946. Durante mucho tiempo, los Prefaces estaban fuera de catálogo y sólo podían encontrarse en las bibliotecas o en las librerías de segunda mano: en Samuel French, de Fitzroy Place, o en la indispensable Offstage de Chalk Farm, en Camden Town. Cuando Richard Eyre sustituyó a Peter Hall al frente del National Theater, a mediados de los años 1990, propuso su reedición a precios populares (6 libras); cualquier aficionado al teatro de Shakespeare puede encontrar la colección completa en la librería del National. Deberían traducirse cuanto antes porque siguen siendo textos de referencia. Su extrema vitalidad, su perspicacia y, por encima de todo, su sensatez, obedecen a que su autor no es un analista de textos, ni un oxfordiano, ni un deconstructivista, sino, fundamentalmente, un hombre de teatro, que piensa en términos de lógica dramática, que examina las obras de Shakespeare línea a línea, escena a escena, para aprehender la vida de los personajes a través de sus acciones.

P.D.: Más libros sobre Shakespeare que piden a gritos una edición española: El monumental Shakespeare: The invention of the human, de Harold Bloom, un clásico instantáneo (Fouth State, Londres, 13 libras en edición paperback), y el practiquísimo Playing Shakespeare de John Barton (Methuen, 9 libras), indispensable para todo estudiante de teatro.

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