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Columna
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Lecturas

En los Retratos de la Bética expuestos en la Fundación El Monte percibí unas diferencias muy curiosas en los rostros femeninos; curiosidad que resolví dividiéndolos en dos grupos: el que reflejaba la influencia de aquella revolución de ideas y de costumbres que organizó Ovidio en Roma y la época posterior en la que las mujeres perdieron de nuevo la autonomía de su vida y sus riquezas y volvieron de nuevo a encerrarse en casa.

A partir de esa hipótesis y construyendo los diferentes caracteres según una lectura personal de rasgos y expresiones, resultaba que al primer grupo pertenecían mujeres de gran carácter, expresivas, poderosas y sin temores. Esas cualidades aprecié en dos cabezas femeninas encontradas en Itálica: una de ellas respiraba un aire de gran actividad, como acostumbrada a enfrentarse a la vida con decisión y eficacia, pendiente de las cosas que deseaba y de todo en lo que creía; la otra, en cambio, me pareció más perezosa y silenciosa, de inteligencia más abstracta, menos práctica y escondida además tras un ademán de desconfianza. A la primera se la notaba satisfecha en una leve sonrisa en la que no asoma la vacilación ni la pérdida de compostura; en la segunda, más introvertida, no había risa sino, quizá, un asomo de crueldad. Una tercera mujer desconocida de la necrópolis de Carmona se enfrentaba al artista serena y plácida, con la seguridad de saberse muy bella; parecía sensible, soñadora y amante de pasear en los jardines. De todos modos, su expresión tenía firmeza. Debió haber sido franca cuando quiso, y capaz también de ternura.

Las mujeres del segundo grupo perdían humanidad, carácter, seguridad, sospechas y curiosidades; por otro lado, en cambio, ganaban en melancolía. La joven desconocida velada era más romántica que real, casi como una muñeca. La cabeza fragmentada de desconocida velada desprendía ingenuidad, desconocimiento, poca fuerza y poca guerra. La cabeza de una desconocida del Museo Arqueológico de Sevilla sí era humana y por eso sobrecogía la curva de angustia o de pena en sus labios. Dice Marcela Serrano que la angustia inmoviliza, mientras que la pena hace crecer. No sabemos qué le ocurriría a ella. Espero que creciera.

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