Mala sangre
Los victorinos de Monteviejo sólo tenían fachada. Guapos, sí; lo eran como ninguno. Pero en cuanto se les rascaba un poco les salía la mala sangre propia del toro criado mal a conciencia.
De dónde se habrán sacado los victorinos de Monteviejo (o los Monteviejo de Victorino, por mejor decir, y así sea) semejante mansedumbre, que marginaba cualquier instinto embestidor. De dónde ese temperamento asnal, esa fijación asesina.
De dónde -pregunta uno, sin ánimo de ofender- cuando en la actual ganadería de bravo, nada brillante ni ejemplar por cierto, es difícil que se encuentre un semental o una vaca con ese cúmulo de vicios, lacras y defectos.
Y, encima, los Monteviejo de Victorino Martín se caían. Esa sí que es buena. Todo aquel corpachón inmenso, toda aquella cornamenta arbolada y buida, todo aquel pechazo badanudo, toda aquella culata que más correspondía a un animal de tiro, toda aquella estampa a la antigua que parecía salida de los grabados de La Lidia, no le sirvió a ningún Monteviejo de Victorino Martín ni para estremecer a la cochambrosa galería de percherones que se utilizan para picar en Las Ventas.
Monteviejo / Fundi, Ramos, Padilla
Toros de Monteviejo, de gran trapío, cornalones astifinos, variadas y preciosas capas; flojos; descastados y peligrosos. Fue un rotundo fracaso ganadero. El Fundi: estocada ladeada (silencio); estocada tendida trasera caída (silencio). José Ignacio Ramos: pinchazo, otro hondo, tres descabellos -aviso- y tres descabellos (silencio); pinchazo, estocada trasera y rueda de peones (aplausos y salida al tercio). Juan José Padilla: estocada (silencio); metisaca infamante en la barriga, pinchazo y estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 4 de junio. 26ª corrida de abono. Cerca del lleno.
Menudo fracaso ganadero supuso esta presentación de los Monteviejo de Victorino Martín en la feria de San Isidro.
Menudo fracaso, que provocó una tarde interminable sin interés alguno. Porque, efectivamente, muchas corridas duras, incluso las mansas, conllevan interés, y en ocasiones su lidia resulta apasionante. Pero este invento de Victorino no tenía nada que lidiar, ni que torear llegado el último tercio. Lo único sensato habría sido gritar ¡Sálvese quien pueda! Y hacerlo.
Algunos de los espadas lo hicieron, de hecho, y no se les censuró. Toros que no embestían nada, que si alguna vez se arrancaban era sin humillar, que se revolvían a medio pase, no merecían sino el trasteo de aliño que les aplicó la terna después de porfiar inútilmente naturales y derechazos. Y eso en el mejor de los casos pues lo normal era que se pusieran a escarbar escondiendo la carota entre los brazuelos.
Algunos se prestaron para la suerte banderillera. Sí, tratándose de correr, los Monteviejo de Victorino Martín no tenían problema. Lo malo fue que los tres espadas se los tomaron muy a pecho y quisieron banderillear la corrida entera, primero en alternancia tras cederse los palos, luego individualmente en sus segundos toros. Juan José Padilla desistió en el sexto toro y dieron ganas de bajar a pegarle un abrazo.
Porque las sesiones banderilleras, muy mediocres las cinco realizadas, constituyeron otro latazo. Los matadores deberían coger los palos para recrear primores y si no, abstenerse; criterio del que, evidentemente, disienten los tres del caso. La empresa que montó esta surrealista función, en el fondo, también. Pues a quien asó la manteca se le ocurre organizar una corrida de las consideradas duras, que precisan esmerada lidia, con matadores banderilleros y no con lidiadores.
Pundonor demostraron El Fundi, José Ignacio Ramos y Juan José Padilla en sus respectivos turnos, si bien la pasividad de Padilla mientras sus nefastos picadores Justo Jaén y Alventus zurraban de muerte al toro sexto son de las que merecen una severa sanción. Seguramente hubiese sido muy saludable para la fiesta que el presidente los llamara a los tres al palco -como se hacía antaño- y les leyera públicamente la cartilla.
De la pundonorosa terna destacó José Ignacio Ramos, derrochando una vergüenza torera que para sí quisieran muchos; presentándole pelea al torazo quinto, un berrendo en cárdeno, lucero y calcetero, impresionante cornalón de aparatosa presencia, similar a los que pintaba Daniel Perea. Y para mayor mérito, la pelea la sustanció echándose la muleta a la izquierda, por suponer que ese pitón ofrecería mejor juego. No hubo suerte: eran igual de traicioneros el pintón izquierdo y el derecho; con los dos rebañaba el toro pugnando por tirar la cornada al bulto.
La imagen de José Ignacio Ramos en los medios, intentando ajustarse por naturales con aquel mala sangre gigantón huido del averno quizá sea una de las más admirables y emocionantes que se hayan visto en toda la feria. Y ojalá le valga.
Babelia
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