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La apuesta por un sistema flexible

Hemos estado mucho tiempo demonizados. Al principio, todos los niños eran integrables: autistas, psicóticos. Se pensaba que los que iban a nuestros centros era porque no podían ir a ningún lado, y esto ha provocado que los padres se sientan fatal cuando los tienen que traer aquí. Tuvieron que pasar unos cuantos añitos hasta que se dieron cuenta de que nosotros somos necesarios también'. De esta forma expresa sus quejas Carmen, directora de un colegio de educación especial de Madrid.

Esta profesional está convencida de que habría que hacer el modelo más flexible: 'A lo largo de la vida, estos niños y jóvenes necesitan modalidades educativas distintas, y lo que habría que hacer es ver dónde se les puede dar una mejor respuesta en vez de plantearse integración o centro de educación especial como una disyuntiva'. Esta opinión es compartida por otros expertos, pero advierten de que siempre adaptada a las necesidades de cada niño y sin perder de vista un doble objetivo: lograr combinar la integración social con que el niño alcance el máximo nivel de aprendizaje que pueda.

Carmen ha recibido, a lo largo de los 20 años que lleva de directora, a muchos niños que han fracasado en el integración. Por eso, y aunque 'como modelo es imposible estar en contra', tiene claro que no es la panacea y que muchas veces perjudica a los alumnos más que favorecerles. Pero, al igual que ha recibido alumnos porque el sistema educativo ordinario no les podía dar una buena respuesta, también los ha enviado allí cuando ha visto que estaban preparados para triunfar en integración.

El camino a la inversa

Esta directora cuenta, por ejemplo, el caso de una niña que llegó diagnosticada como autista y, tras trabajar un par de años con ella 'con unos recursos que hubieran sido imposibles en un centro ordinario', la remitieron a un colegio normal. 'Esa niña hubiera fracasado si hubiera estado desde un principio en integración', dice tajantemente. Aun así, reconoce que el caso más frecuente es a la inversa.

'Cuando los contenidos de la escuela se hacen muy complicados, las adaptaciones curriculares que hay que hacer son difíciles y se tiende, por ejemplo, a que si los niños no disminuidos se aprenden la lista de los afluentes de los ríos, se pone a los discapacitados a memorizar sólo uno o dos. Al final terminan siendo los tontos de clase. Tendrían que aprender cosas que les sean útiles; por ejemplo, que un río puede ser peligroso o que es donde viven los peces'. Pero no todos los expertos están de acuerdo con este argumento. Algunos consideran que es positivo que al niño disminuido le suenen las mismas cosas que a los demás, aunque se sepa menos lecciones o no llegue a profundizar en ellas igual.

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