La cima de la mercadotecnia
La apuesta comercial de numerosas firmas explica en parte la cascada de hazañas y tragedias en el Everest
¿En qué se ha convertido el monte Everest? En el circo más elevado, 8.848 metros, del planeta, aseguran desde la distancia. En una peregrinación carnavalesca, observan los puristas. En un lugar de paso obligado para los empeñados en vivir de la montaña. En una tumba para aventureros sin formación; y aquí arrecian las críticas. En el destino de numerosas estrategias de mercadotecnia que sólo tienen ojos para la más alta de las cimas. En una montaña de tópicos. También en un lugar para el alpinismo puro.
El Everest fascina y da asco. Es el mirador de la Tierra, un lugar más donde practicar el consumismo al uso para recoger una gloria pública o íntima. También, un sitio donde los grandes retos alpinísticos se llevan a cabo con la muerte en el cogote. Dan fe de ello parte de los 170 cadáveres esparcidos por sus laderas, un surtido que abarca tanto a oportunistas como a alpinistas de relumbrón.
Su paradoja ha permitido este año que un adolescente de 15 años pise su cima y que muera el sherpa más fuerte, con sus récords inhumanos. Que un ciego complete la ascensión y que se despeñen tres montañistas que disponían de los cinco sentidos. Que un fenómeno de 23 años realice el primer descenso en snowboard por la cara norte mientras Juan Oiarzabal se atasca en un paso a 8.700 metros, atrapado en una aglomeración de alpinistas. Este año, además, ha logrado su propósito Carlos Soria, de 62 años, junto a otros 15 españoles, entre ellos Vallejo y Oiarzabal, capaces de escalar sin ayuda de oxígeno artificial para coincidir en la cima con 30 tipos y sus máscaras.Lo que es posible en el Everest sólo es, ahora mismo, posible en el Everest. Y esto sólo porque es la montaña más alta que existe. Ninguna anima tanto los sueños populares y las campañas de mercadotecnia: resulta facilísimo unir lo uno con lo otro para explicar en qué se ha convertido un lugar conquistado en 1953. Un patrocinador en potencia difícilmente conocerá de antemano la existencia del Kangchenjunga (8.586 metros) o del Shisha Pangma (8.027), pero sí aceptará sacar la calculadora para ver el nombre de su empresa asociado al de la cima más imponente. La altura extrema del Everest legitima además una trampa fundamental que ayuda a explicar su popularidad: es tan complicado respirar tan alto que el uso de oxígeno embotellado no sólo es recomendable, sino también imprescindible para el 95% de los que se aventuran en sus laderas. Lo que explica que esta primavera hayan desfilado por su cima poco menos de 150 alpinistas. Y van ya 1.300. Si Messner y Habeler hubieran demostrado un cuarto de siglo antes (en 1953 en vez de en 1978) que se podía pisar el Everest sin oxígeno embotellado, la historia sería otra.
Pero, conociendo el atajo, sólo hace falta hacer cuentas, comprar el permiso y organizar una expedición, casi siempre patrocinada, porque ningún ochomil es tan caro como éste. O, de forma más directa, contratar los servicios de una agencia de guías, a razón de entre cinco y diez millones de pesetas por barba. El ejercicio nunca es tan sencillo como presupone la leyenda. Escalar la cumbre más elevada de la Tierra entraña un coqueteo seguro con la muerte aunque menos si se hace en hilera, rodeado de solícitos sherpas o bien anclado a la barandilla de cuerda que recorre la vía.
Esta montaña se ha convertido también en un escaparate para grandes alpinistas con problemas de financiación. Muchos aceptan retos enormes conscientes de la repercusión mediática que recibirán a cambio, una forma de convencer al patrocinador para que invierta después en otras latitudes. Oiarzabal, que ya la había escalado en 1993, nunca habría podido regresar por dos veces consecutivas para repetir, esta vez sin oxígeno, de no mediar su contrato con TVE. Y el programa Al filo de lo imposible nunca había alcanzado tanto reconocimiento como de la mano de Oiarzabal y su reto.
En el Everest, los más se conforman con vivir una experiencia única con motivaciones tan dispares como legítimas. Su cima se ha convertido en un punto de encuentro que mezcla intereses románticos, ególatras y mercantiles. Otro más.
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