_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Haciendo las maletas

Después de dos semanas de andar perdida por los rincones, he tomado una decisión. He abierto las ventanas de mi casa y me he puesto a quitar el polvo de mi alma. ¿O ha sido al revés? Lo cierto es que mi casa necesitaba una limpieza y también mi alma, porque ambas se me estaban volviendo inhabitables. Es lo malo de meterse a cambiar el curso de la historia. Como decía un viejo conocido de mi padre, la historia la hacen los hombres, pero no como ellos quieren. Y ¿qué hacen las mujeres entre tanto? En mi caso, además de no cambiar la historia he dejado la casa sin barrer y con montones de revistas y periódicos por todos lados.

Sentada en una silla y armada con una gran bolsa de basura, me he puesto a ordenar. De nuevo me ha sorprendido la rapidez con que se vuelven viejas las ideas, especialmente las mías. Ilusiones que revoloteaban junto a mí como mariposas, yacen ahora reducidas a grises rectángulos de papel. Por eso las llaman efímeras. Eran preciosas, pero duraron tan poco... ¡A la bolsa y sin rechistar!

Por las ventanas abiertas ha entrado sin pizca de rubor un sol de primavera. Esto debe de ser la realidad, pues si las cosas tuvieran sentido como en una película, habría entrado como mucho un sol invernal. Pero hasta el cactus de mi ventana se ha pavoneado insolente mostrándome sus flores de un rojo tan lujurioso como si hubiese ganado unas elecciones. Ya es el colmo que un cactus se atreva a reírse de mí. El insistente ruido del aspirador ha tapado mis insultos.

Cuando lo he apagado he comprendido que el cactus va a lo suyo y que está en su derecho. ¿Quién soy yo para decidir cuándo debe salir el sol, cuándo tiene que llegar la primavera y florecer los cactus? A ver si voy a ser yo la que se está volviendo un cactus. Durante los últimos días oscuros, de haber tenido a alguien cerca le habría dicho: 'Tócala otra vez, Sam'. Pero como tampoco tengo piano, me he dicho a mi misma que siempre nos quedará París.

En uno de los periódicos que han ido a la basura estaban las declaraciones del líder de un movimiento ciudadano diciendo, tras el descalabro electoral, que ahora tendrán que poner una agencia de viajes. No deberían hacerlo. Ya hay buenas agencias de viajes y ellos deberían abstenerse de todo intrusismo. Además, ya me dirán lo que puede saber de rutas turísticas un profesor de filosofía. Lo que podrían hacer es salir ellos mismos a orearse un poco. Dispuesta a aplicarme el remedio, he bajado a la agencia de viajes a pedir folletos.

Una empleada muy amable me ha explicado los diferentes tipos de viajes. Para empezar, el que consiste en poner tierra de por medio, apropiado para los que se enfrentan a amores imposibles. No me ha parecido mal, pero es que ese viaje ya lo tengo hecho. También ofrecen la travesía del desierto, imprescindible si se desea llegar a la tierra prometida. Me ha dicho que pregunte a mis vecinos socialistas, pues llevan ya un buen trecho recorrido. Otro viaje lleno de sorpresas es el descenso a los infiernos, donde, por mal que parezcan ir las cosas siempre aguarda algo peor. La parte buena es que, contra lo que nos contaron de niños, del infierno también se sale, a condición de llevar la compañía de un buen amigo.

Le he dicho que me conformo con algo más modesto, algo que no me salga demasiado caro. Al preguntarme la duración del viaje, he estado a punto de decirle: 'Para siempre'. Pero he contestado, más prudentemente, que para una semana.

Al fin he encontrado una oferta interesante. Se llama la Odisea y consiste en regresar sana y salva al punto de partida. Eso me ha gustado, como de niña me gustaba el juego de la oca porque, en el peor de los casos, se volvía al comienzo. Además estaba bien de precio para una semana, así que lo he cogido.

De nuevo en casa leyendo la letra pequeña me he enterado de que la Odisea es un viaje para aventureros que han desafiado a los dioses. Entonces me he dado cuenta con horror que yo he desafiado a Jaungoikoa. Después de todo, quizás no logre estar de vuelta en siete días, pero os mantendré informados. Para eso me llevo el móvil.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_