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Emir Kusturica y su grupo pasean el rock balcánico por España

El director de cine Emir Kusturica (Sarajevo, 1954) se define como 'un hombre muy curioso'. Tanto que la necesidad de expresar su visión del hombre abocado al desarraigo, la pobreza y la desesperación, sin perder de vista la fiesta como único consuelo del alma, salta de las pantallas a los escenarios, donde se presenta como guitarrista de una de las bandas históricas del rock de los Balcanes: The No Smoking Orchestra. Hoy presentan, en la sala Divino Aqualung de Madrid, su último trabajo, Unza, unza time. Mañana jueves actuarán en Barcelona, en La Paloma.

Kusturica ya había probado el veneno de la música como bajista punki a mediados de los setenta. Pero el cine ganó y no fue hasta 1998 cuando en mitad del rodaje de Gato blanco, gato negro, y tras surgir diferencias irreconciliables con Goran Breovic, el compositor con el que había colaborado en sus películas más importantes -'él toca música para funerales; yo para bodas'-, el director se puso en contacto con Dr. Nelle Karajlic, líder del grupo Zabranjeno Pusenje -en inglés, No Smoking-. Kusturica le pidió primero una canción, después un antiguo aire gitano, más tarde un tango... La colaboración comenzó a ser más intensa.

Ritmo frenético

La música de la banda, denominada unza unza, es un perfecto ejercicio de eclecticismo con una base de ritmos y estilos balcánicos, tocada con el mismo frenesí que despiden las películas del director y con cierto aroma de tribu de gitanos amantes de la libertad: 'La gente no habla acerca de la libertad hoy. Fue una buena señal que a principios del siglo XIX se tratara de establecer un mundo nuevo, de hacer una revolución alrededor de tres mitos: libertad, igualdad y fraternidad. Desgraciadamente, la gente de principios del siglo XX puso la igualdad como prioridad y olvidó las otras dos'.

Con ironía salvaje -algunos temas del grupo tienen títulos como ¿Fue Romeo un gilipollas? o El diablo va en clase business-, Kusturica y su grupo se ponen del lado de los pobres: 'Desde la guerra, la diferencia entre los ricos y los pobres ha aumentado 70 veces. En Hollywood y en determinadas producciones europeas nadie quiere hablar de ello. Para mí, sin embargo, es muy importante hacerlo, no olvidar a los pobres, a la gente que realmente está sufriendo hoy en día. No se trata de glorificarlos, pero tampoco se les debe olvidar. Muchas veces veo la relación entre las películas que hago y la música que toco. Son sólo maneras diferentes de hablar de justicia, de paz, de mejores tiempos'.

En ese sentido, queda mucho del ardor juvenil en la ilusión del director: 'El espíritu original del punki tiene un buen feeling y no es tan pretencioso como la mayor parte de los artistas de hoy. Ahora no hay más que egomaníacos que han perdido la capacidad de llevar al público a la catarsis. Nuestros textos son de lo más punki porque se enfrentan cara a cara a ese humanismo profesional que buscan muchos artistas para que se les considere héroes'.

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