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Columna
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Impostores

Sólo falta que el Valencia C.F. gane, por fin, una Copa de Europa para que nuestra sociedad sea feliz. Como ocurre con la Ciudad de las Ciencias, donde el espectacular contenedor alberga inútiles y vergonzosos contenidos, la política popular, tan altanera por fuera como trivialmente mediocre en sus interioridades, consigue fascinar a la gente más insospechada, deseosa de no ser expulsada al infierno del rencor donde la retórica oficial envía a cualquier disidente. Perdone, ¿puedo preguntar qué hace la ciudad de Valencia para dialogar, colaborar o competir con Madrid o Barcelona que no sea jugar al tres en raya de los trazados del AVE? Disculpe, ¿hay alguien capaz de explicarme, si tan fuerte apostamos por las nuevas tecnologías, por qué nuestro gobierno suprimió una torre de telecomunicaciones que estaba en obras y se cargó de un plumazo el parque tecnológico de la Universidad de Alicante? Oiga, ¿no es verdad, acaso, que los contratistas segregan saliva pensando en los cientos de miles de millones del trasvase del Ebro? Escuche, ¿ya no es verdad que la ética de los señores Zaplana y Blasco quedaba mal parada en unas grabaciones que los tribunales desestimaron como pruebas en sonados escándalos de corrupción? Mire, no van a conseguir que deje de ser intrigante un endeudamiento acelerado de la Generalitat cuyos rendimientos resultan invisibles. Oía el sábado por televisión cómo el presidente Zaplana recomendaba a los suyos respeto hacia cualquier discrepancia para poner de inmediato las críticas de la oposición bajo sospecha de mezquindad y envidia. Y me asombraba ante el desparpajo de su chulería cuando retaba a quienes han escrito sobre cosas como el contagio masivo de hepatitis C, que promete una de las vistas orales más refulgentes de la historia judicial valenciana. Los populares están encantados con ellos mismos. Por ahora, la ciudadanía les deja que sigan en su fantasía. Kipling les recomendaría que sepan encontrarse 'con el fracaso y el éxito y tratar del mismo modo a esos dos impostores'. Pero aterra pensar la incomprensión displicente de Zaplana ante un consejo tan sensato. Él confunde su ignorancia con el carisma de los nuevos líderes. Y otros lo jalean.

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