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Viva el perder

Fernando Savater

No me refiero, claro está, al Alavés. Creo que hay otros subcampeones que también merecen elogio por el modo en que llegaron a serlo y, sin embargo, sólo han recibido pésames o reproches. De modo que vamos a hablar por fin de los resultados de las elecciones vascas del 13 de mayo.

Ahora nos dicen, incluso los que más callaron cuando hablar aún comportaba riesgo de equivocarse o comprometerse, que ya estábamos advertidos. ¿De qué nos advirtieron? De que la forma más segura de no perder es renunciar de antemano a ganar. 'Si no os hubierais hecho tantas ilusiones'... Claro, no cabe duda: el que se resigna a llegar segundo cuando sólo corren dos, nunca tiene sensación de haber quedado el último. El gran pecado de los partidos constitucionales fue creerse capaces de vencer; su intolerable arrogancia, su prepotencia, consistió en no aceptar por primera vez su papel de comparsas y segundones, intentar efectivamente ser también vascos optimo iure pese a no ser nacionalistas, constituir una alternativa válida a quienes llevan más de dos décadas gobernando un país aterrorizado y ensangrentado..., al menos al 50%. ¡Qué osadía! No pretendían cambiar de gobierno, sino cambiar de régimen. Pero al régimen nacionalista, convertido ya tras dos décadas de información y educación por él controladas en 'lo natural' para el País Vasco, radicalizado progresivamente durante su omnipotencia indiscutida e institucionalmente privilegiada, cimentado en un clientelazgo con pánico a la cesantía, no se le podía desplazar ni corregir tan fácilmente. Como mucho, podían dejar de convencer; que dejasen de vencer ya era otro cantar. Una esperanza excesiva. Como dice la milonga, 'muchas veces la esperanza / son ganas de descansar'. Quienes están ya cansados de luchar por lo obvio, por lo que es obvio para la ciudadanía en otro lugares, estaban -estábamos- demasiado esperanzados. Y no han sido el PSOE ni el PP los derrotados en los comicios vascos, sino la frágil esperanza.

Porque se equivocan o mienten los agoreros a toro pasado que hablan de enorme derrota de los partidos firmantes del pacto antiterrorista. ¿De dónde sacan semejante sandez? Con doscientos votos más en Vizcaya, los constitucionalistas hubieran superado en escaños a la coalición de PNV y EA. Tanto el PP como el PSOE lograron aumentar considerablemente su número de votantes respecto a las anteriores elecciones autonómicas y de nuevo se ha acortado la siempre mínima diferencia entre nacionalistas y no nacionalistas. Si nadie hubiera confiado en la posibilidad de un cambio de régimen, ahora podríamos estar celebrando lo obtenido el 13 de mayo a pesar de todos los pesares. ¿O es que ya nadie se acuerda del contexto en que se ha realizado la campaña electoral y la misma votación? ¿Acaso cree de veras alguien que es lo mismo poder ir libremente casa por casa -y funcionario por funcionario, como ha hecho el PNV- que arriesgarse a la pena de muerte por sólo requerir, acorazado entre fuerzas de seguridad, el voto de los amedrentados insumisos? ¿Qué les ocurrió cuando fueron a votar a los candidatos constitucionales, al presidente del Foro de Ermua o quizá a otros menos notorios? Pocos días antes de las elecciones, un catedrático de sociología experto en tales lides me comentó que si se hubieran aplicado a esos comicios los baremos de calidad democrática que los observadores de la ONU aplican en otras ocasiones, difícilmente éstas hubieran cubierto mínimos. Nos responderán: 'Y si eso ya lo sabíais de antemano, ¿por qué pedir elecciones anticipadas?'.

Respuesta: porque así no podemos seguir y no podíamos pedir otra cosa. ¿Acaso íbamos a pedir la guerra civil, como nos reprochaba el propio Ibarretxe?

A algunos escritores y profesores que nos comprometimos dentro de organizaciones cívicas en el apoyo a los partidos firmantes del pacto antiterrorista nos han llovido durante toda la campaña las peores descalificaciones desde el campo nacionalista; ahora, en el día después, se nos zurra también desde otras posiciones, digamos que más... resguardadas. Que hagamos moral, pase, porque es pasatiempo inocuo y edificante, pero ¿quién nos manda meternos en política? En este pintoresco país nuestro, o se lamenta el culpable y cómplice silencio político de los intelectuales o se denuncia a los intelectuales culpables y cómplices que no guardan silencio en política. No es fácil dar gusto a quien lo tiene estragado: si te callas es porque te han dado una sinecura, si hablas es para que te den una sinecura. Y, además, metes la pata, porque eso de la política es cosa demasiado seria para tarambanas como nosotros. De modo que lo mejor es dedicarse a empresario o banquero: así lo que se pierde en claridad de ideas se gana en nitidez de intereses. Seguro que después hacemos política con mayor acierto...

Por equivocados que estuviésemos, sin embargo, los ilusos de Basta Ya, logramos algunas cosillas. No olvidemos que hace menos de un año tuvimos que batallar lo indecible -¡y no sólo contra los nacionalistas!- para movilizar a la gente tras una pancarta que hablase de Estatuto y Constitución. Meses después, los dos partidos mayoritarios de nuestro Estado de derecho firmaron el pacto por las libertades y contra el terrorismo, que refrendaba el Estatuto y la Constitución como el punto de partida institucional contra la violencia. Y así se configuró la posibilidad de una alternativa política en el País Vasco, lo suficientemente creíble como para que ochenta mil votos de EH se pasaran al PNV-EA y le diesen la victoria electoral, debilitando seriamente al brazo político de ETA. ¿Fue un error criticar abiertamente al Gobierno nacionalista, denunciar con abundancia de pruebas sus tergiversaciones informativas y educativas, explicar que ETA no recluta a los jóvenes en la estratosfera, sino en una juventud maleada en el culto impune a la violencia fanática, señalar la insuficiente respuesta policial de la Ertzaintza de acuerdo con testimonios de miembros sindicales de esa policía autónoma, protestar por el secuestro del euskera para fines partidistas próximos a los violentos, documentar el clima totalitario de coacción reinante en muchísimas localidades y el desamparo de cargos públicos o ciudadanos desafectos al régimen nacionalista que sólo recibían de éste la condolencia tras el tiro en la nuca o el coche bomba, pero nunca la mínima comprensión antes? Pues bendita equivocación, porque gracias a ella ya ciertas cosas nunca podrán volver a ser vistas del mismo modo por ninguna persona honrada, incluyendo a los nacionalistas menos cerriles.

De todas formas, hay que reconocer que el nacionalismo tiene bastante suerte. Si se le hacen reproches, por fundados que estén, de inmediato forman parte de una 'cruzada antinacionalista'. Quien denuncia sus abusos no puede ser más que un nostálgico de Ramiro de Maeztu y Queipo de Llano, que cobra de fondos reservados por agitar a favor de Mayor Oreja. La izquierda, esa izquierda arterioesclerótica que ve la falta de sentido de Estado en el ojo ajeno pero no el sectarismo revanchista en el propio, denuncia enseguida el afán uniformador y el atentado contra la diversidad. Habría que recordarles a esos atontados que ciertas 'uniformidades' son logros del progresismo democrático -como la seguridad social o la educación general-, mientras que muchas 'diversidades' no hacen sino enmascarar el privilegio y la discriminación. No me extraña que los nacionalistas vascos, caiga quien caiga y cuantos caigan, sigan votando nacionalista porque nada pierden con ello y temen perder algo cambiando el paso. Es mejor seguir como hasta ahora: lo nuestro es nuestro y lo demás a medias. Mayor madurez no puede darse sin riesgo de putrefacción. Y ETA, que también es muy madura, ha entendido perfectamente el mensaje: hay que seguir arreando, porque los vascos nacionalistas están contra la violencia, pero mucho más contra los que pretenden deslegitimar del todo a los violentos y combatirles sin más contemplaciones que las propias de la legalidad. Tras la bomba a Gorka Landaburu y otro par de intentos fallidos vino ayer mismo el asesinato a tiros del director financiero de El Diario Vasco: ¡y decían que si Mayor Oreja ganaba las elecciones ETA se sentiría más legitimada para proseguir con la violencia! Ahora sí que se sienten llamados a matar a mansalva, porque ya vislumbran que se acerca la mesa definitiva, que no será la de Ajuria Enea, ni siquiera la de Lizarra, sino una mesa petitoria...

Sentirse animado o desanimado ahora es ya cuestión de carácter. Comprendo muy bien a los que, ante el olor y el color de lo que han sacado a flote estas elecciones, sienten la tentación de tirar de la cadena y marcharse dignamente. Pero yo prefiero acordarme de aquel ácrata, 'tipógrafo que fue de La Moderna' en el bello poema de Félix de Azúa, que gritó ante el pelotón de fusilamiento: '¡Viva el perder!'. Y permanezco junto a los que siguen jugando, aun sabiendo que hay tantas cartas marcadas. A los acomodaticios, a los resignados, a los amonestadores que todo lo adivinaron antes que nadie pero procuraron decirlo después, a quienes nos preguntan: '¿Habéis aprendido la lección? ¿Os arrepentís?...', les responderemos la palabra sagrada con la que empieza la libertad: '¡No! Claro que no'.

Fernando Savater es catedrático de Ética de la Universidad Complutense.

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