Duelo vasco
El asesinato de Santiago Oleaga, director financiero de El Diario Vasco, de San Sebastián, se inscribe en la misma lógica de intimidación contra concejales, ertzainas, profesores, jueces y otros sectores sociales cuya voluntad esperan modificar a tiros; no sus convicciones personales, pero sí su actitud pública. Lo decía hace poco la propia ETA en su boletín Zutabe: 'Es seguro que la opinión de esos medios y de esas personas no va a cambiar, pero ése no es el objetivo de nuestras acciones, sino cambiar su participación y posicionamiento en el conflicto: que se pase de pedir la guerra a pedir soluciones'. Esto es, que pidan a los políticos y a las instituciones que se plieguen a las exigencias de ETA. Razón de más para que los partidos democráticos, con el apoyo de los ciudadanos, reafirmen su voluntad de combatir unidos a la minoría fascista que trata de condicionar a la mayoría.
La prensa ocupa desde hace años un lugar estelar entre los objetivos de ETA. El de ayer es el quinto atentado con intención de matar realizado contra trabajadores de los medios de comunicación desde el final de la tregua. Tales atentados son, a su vez, la desembocadura de una escalada de pintadas, consignas coreadas en mítines y agresiones de violencia callejera que marcan a las posibles víctimas, adelantando los motivos por los que un día podrán ser asesinadas. A ello se ha unido recientemente una teorización, incluso con pretensiones académicas, que presenta a los medios como parte del conflicto, en lugar de notarios del mismo. Según esa teoría, de neto sabor totalitario, los periodistas deberían ser neutrales entre los que consideran legítimo eliminar a sus rivales políticos y los eliminados.
A los fanáticos debe parecerles inadmisible que en Guipúzcoa, la provincia más nacionalista de Euskadi, siete de cada diez lectores de periódicos prefieran el diario en que trabajaba Santiago Oleaga, y no el que a ellos les gusta más. La solución es volarlo: desde el final de la tregua ha habido cinco ataques de terrorismo callejero contra sus instalaciones, un consejero recibió una carta bomba hace siete meses y en poder de un comando detenido en febrero se encontraron planes para derribar con explosivos su sede central.
El asesinato de ayer ha interrumpido la ronda de contactos poselectorales del lehendakari en funciones con vistas a la configuración del próximo Gobierno. De las entrevistas mantenidas hasta ahora se deduce que la actitud moderada de Ibarretxe puede propiciar un reencuentro de los partidos democráticos desde un rechazo compartido de la violencia. Redondo ha combinado la mano tendida ante los movimientos de Ibarretxe (nada con Euskal Herritarrok mientras no se desmarque de ETA, búsqueda de un diagnóstico conjunto, ninguna iniciativa unilateral) con la coherencia de trabajar desde la oposición.
Los votantes han dado a Ibarretxe la responsabilidad de liderar el intento de recomponer la unidad democrática frente al terrorismo: entre Madrid y Vitoria, y entre el Gobierno y la oposición en Euskadi. Del mismo modo que hubiera sido absurdo invocar razones ideológicas para prescindir del nacionalismo a la hora de combatir el fascismo de ETA, también lo sería ahora cualquier intento de marginar al PP, primer partido de la oposición vasca y partido del Gobierno en España. El pacto antiterrorista PP-PSOE es una garantía contra esa tentación, pero su existencia tiene que ser compatible con la reconstrucción de un foro similar al Pacto de Ajuria Enea que establezca un diagnóstico compartido de acuerdo con la situación actual, incluyendo la experiencia del fracaso de Lizarra.
Porque el atentado de San Sebastián ilustra por enésima vez que no hay posibilidad de persuadir a ETA de que se disuelva sin derrotarla antes políticamente. Y ello implica abandonar discursos que puedan ser interpretados por los terroristas como una prueba de que actúan en nombre de toda la comunidad nacionalista. Es hora de alcanzar algunos consensos básicos entre los demócratas para combatir con todos los medios de que dispone un Estado de derecho la violencia terrorista, también la que ha dado en llamarse kale borroka. Eso es lo que esperan hoy todos los ciudadanos de bien para recuperar la confianza en sus gobernantes.
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