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Columna
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Por lo civil

No se sabe si los atentados poselectorales son los últimos del pasado curso terrorista o los primeros del curso ahora empezado. Mientras ETA lo aclara con sus contundentes procedimientos habituales, volvamos a la lógica del análisis poselectoral. Síntesis muy utilizada: derrota de ETA y victoria de Lizarra. Sería válida de ser correcta la interpretación de que la pérdida de escaños de los seguidores de Otegi es una condena a ETA y no un préstamo transitorio al PNV, amenazado por la cruzada nacional constitucionalista de Aznar. A Euskal Herritarrok le han seguido votando 150.000 vascos que no caben en un estadio, a no ser que se recurra a los del Barça o del Real Madrid.

La batalla del PP por conseguir el sorpasso en Euskadi fue dictada o bien por el intelectual orgánico colectivo, es decir, el partido, o por las meninges del señor Aznar, más cercano siempre a Quintanilla de Onésimo que a Lizarra. Pocas veces una formación política española ha dispuesto de tantos efectivos mediáticos y sociales para emprender una campaña de anexión política, y pocas veces una expectativa de cambio se ha visto más defraudada. En cualquier país de tradición democrática, ante un descalabro semejante, el jefe del Gobierno hubiera puesto su cargo a disposición de la Cámara de Diputados, pero aquí se limita a entregar la cabeza de Mayor Oreja como el general perdedor en la expedición de Euskadi.

Se percibe el papel cumplido por un nuevo poder, convocado por los partidos en horas bajas de actuación para que fuera la sociedad civil la que tomara la iniciativa. El papel cumplido, por ejemplo, por ¡Basta Ya! o Elkarri -por usar dos movimientos opuestos por el vértice- ha sido importante y lo seguirá siendo en la medida en que pueda establecerse un diálogo entre plataformas movilizadoras de la sociedad para bloquear violencias sangrientas, pero también cruzadas nacionalconstitucionalistas. El diálogo que EL PAÍS posibilitó entre ¡Basta Ya! y Elkarri ha sido de lo más clarificador e inteligente que se ha podido leer sobre la cuestión. Estos debates pueden mantener una movilización social por la paz más eficaz que las aritméticas electorales, mientras la democracia exija también contar con los dedos.

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