El dedo rebelde de César
En la Sala de la BBK de Bilbao (Gran Vía, 32) se muestran obras del escultor César Baldaccini, más conocido por César, fechadas en un recorrido que media entre 1952 y 1995. César nació en Marsella el 1 de enero de 1921 y murió en París el 8 de diciembre de 1998. El escultor francés figura en los más enjundiosos libros dedicados al arte contemporáneo. Su obra, sumamente amplia y variada, ha sido expuesta en muchos lugares del mundo. Le fueron concedidos numerosos premios.
Por lo que se presenta de César en Bilbao, se advierten distintas facetas de sus trabajos. La referente a las criaturas aladas e insectiformes, cuya raíz viene directamente de los hallazgos del Picasso escultor, carece de interés, puesto que evidencia una gran superficialidad. El resultado no pasa más allá del puro bibelot. En cuanto a los tres bronces, en los que se pone de relieve la figura humana, ahí aparece conectado con obras de Germaine Richier, Eduardo Paolozzi y Kenneth Armitage, entre otros.
Donde hay que otorgar a César una especial atención es en aquellas esculturas donde entra en escena lo que él llamó compresiones. A través de la toma de materiales de desecho, César buscaba la manera de comprimir ese material para que naciera una escultura. Se trata de un arte construido a partir de materiales sin valor, eso que va destinado exclusivamente a la basura. Lo mismo aquello que se encuentra en los cementerios de automóviles y chatarrerías de objetos inservibles, como maltrecho papel de embalar y otras menudencias desechadas por la insaciable y contumaz sociedad de consumo.
Objetos dispersos y distintos entre sí quedan unidos por efecto de unas máquinas que los comprimen, para crear un nuevo objeto, que lleva la forma de una escultura. No se exalta el valor del material, sino la posibilidad de crear formas en el espacio con esa amalgama de detritus. Dicho de otro modo: la compresión conduce los objetos a un concentrado de sí mismos, a una quintaesencia a la que han llegado por efecto de una resolutiva compresión.
Al hablar de las compresiones, se puede argüir que el fundamento que las sustenta proviene de una compulsiva rebelión contra la doctrina tradicional de los materiales nobles. Por eso mismo, su mayor aspiración consiste en demostrar que para construir una obra de arte tiene cabida, junto a otros modos de concebirla, el aprovechamiento de los materiales tenidos como más humildes y despreciables. En la exposición de César se exhiben compresiones de los años 59, 62, 70, 75, 88 y 95. El espectador reparará en ellas sin esfuerzo alguno, porque su marca es bien visible.
Otro de los aportes de César a la escultura consiste en el hallazgo de sus expansiones. En su momento experimentó el artista marsellés con coladas de resina plástica de poliuretano líquida, buscando que se solidificara al entrar en contacto con la atmósfera. Al expandirse es el propio material el creador de la forma. El escultor queda a un lado. En este caso, se puede decir que la escultura hace al escultor, y no al revés.
Para una mayor comprensibilidad de lo mostrado, al tiempo que anotamos un dato relacionado con las vanguardias históricas, debe significarse que, tanto en las compresiones como en las expansiones, existe una gran dosis de casualidad dadaísta. E incluso se podía argumentar que tales trabajos encajan en lo que llamamos exhibiciones públicas, y sin embargo, parecen estar dirigidos no tanto a la sensibilidad privada como al inconsciente colectivo.
Respecto a la escultura que representa un dedo pulgar -obra de acero inoxidable, de 40 centímetros de altura, fechada en 1965 -, César realizó más tarde versiones diversas que llegaron a alcanzar los seis y doce metros.
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