Plantel de primera

Resistencia hay que tener para pasarse cuatro horas de pie en la plaza Mayor de Madrid, a ratos bajo una lluvia fina, con el único objetivo de escuchar música. Cierto que mereció la pena. Para empezar, Séan Keane, un irlandés con clase hasta decir basta. Voz de timbre cálido, sereno y elegante. El hermano de la gran Dolores vino acompañado por un excelente Peter O'Hanlon a la guitarra. Y entre los dos se bastaron para mantener la atención del público.

En el repertorio: un tema de Sting, Blackbird de los Beatles o una tierna canción sobre los primeros emigrantes que pisaron la isla de Ellis antes de poder entrar en Estados Unidos.

Un didjeridoo australiano, un djembé africano y dos violines: Gjallarhorn, uno de esos grupos escandinavos que recurren al acervo de las tierras del norte para pertrechar sus discos. Luego añaden a su brebaje elementos de otras culturas. Las canciones de este cuarteto de fineses de origen sueco, con nombre sacado de la mitología -significa el cuerno con que el mensajero de los dioses avisa a los humanos-, están pobladas de trolls, brujas y demás personajes del imaginario nórdico.

Su cantante, Jenny Wilhelms, recordó a las chicas de Värttinä en sus despliegues de microtonos y, en un canto de llamada al ganado, a punto estuvo de romper algún cristal cercano con sus agudos. Eso mismo, recuperar la música tradicional del terruño, y adaptarla a la idiosincrasia actual, es lo que hace Mercedes Peón. Son años de trabajo serio que empiezan a dar sus frutos.

La cantante gallega presentó su disco, Isué, cuyas ventas no han reflejado por ahora todos los elogios que le ha dedicado la prensa europea. Mercedes Peón utiliza su voz como un grito para defender en directo sus canciones. La suya es una de las propuestas más estimulantes de las músicas étnicas o de raíz en la península.