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Reportaje:LA IMPUNIDAD DE LAS MULTINACIONALES

Los cómplices de la corrupción

Las grandes compañías que compran a dirigentes políticos para conseguir contratos escapan habitualmente al castigo judicial. Estados Unidos y Europa deben globalizar la lucha contra la corrupción

Los grandes titulares de la mayoría de los periódicos latinoamericanos se refieren al mismo tema en estos días: los escándalos de corrupción que sacuden al continente y que rozan a figuras como el ex presidente argentino Carlos S. Menem, el ex presidente peruano Alberto Fujimori, su jefe de inteligencia Vladimiro Montesinos, el ex presidente del Senado brasileño Antonio Carlos Magalhaes, y Raúl Salinas, el hermano del ex presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari.

Las cantidades de las cuentas de la corrupción son tan obscenas que han creado una ola de indignación popular, que podría amenazar a la democracia

Los nombres varían de país en país, pero la historia siempre es la misma. Casi siempre explota tras el descubrimiento de fabulosas cuentas bancarias abiertas por ex funcionarios o sus colaboradores en bancos suizos, norteamericanos o paraísos fiscales caribeños. Y las cantidades de estas cuentas son tan obscenas que están creando una ola de indignación popular que podría convertirse en la principal amenaza a la democracia en muchos países de la región.

¿Podrán los Gobiernos latinoamericanos hacer frente a esta epidemia de corrupción? ¿Servirán para algo las comisiones anticorrupción que varios países han anunciado o las conferencias contra la corrupción llevadas a cabo por las instituciones financieras internacionales?

Lo dudo mucho. Tras cuatro años de investigación para mi nuevo libro, Ojos vendados: Estados Unidos y el negocio de la corrupción en América Latina, he llegado a una conclusión básica: el cáncer de la corrupción está tan avanzado en las democracias emergentes de América Latina, que difícilmente podrá ser extirpado o por lo menos reducido, sin la ayuda de Estados Unidos y Europa. El flagelo de la corrupción, como el de las drogas, debe ser atacado desde ambos lados. Es decir, hay que globalizar la lucha contra la corrupción.

Consideren algunos de los hechos que se revelan en el libro, que demuestran como grandes bancos y otras empresas multinacionales de Estados Unidos y Europa son utilizados sin mayores dificultades por políticos corruptos y narcotraficantes para pagar sobornos o esconder sus dineros malhabidos en los países industrializados. Muchos de los siguientes ejemplos surgieron de la investigacion del Subcomité de Investigaciones del Senado de Estados Unidos sobre Citibank, pero podrían aplicarse a muchos otros bancos norteamericanos o europeos.

Raul Salinas de Gortari admitió poco despues de su detención en 1995 que había girado más de 18.000 millones de pesetas al Citibank de Nueva York, donde su banquera, Amy Elliott, 'diseñó toda la estrategia' para esconder sus depósitos en varias cuentas secretas abiertas a ese propósito en Estados Unidos, Gran Bretaña, y Suiza.

Dinero en Suiza

Poco después, Suiza diría que los dineros depositados en bancos suizos habrían provenido del narcotráfico. Tras investigar el caso, la Contaduría General del Congreso norteamericano dictaminó en 1998 que 'las acciones de Citibank ayudaron al senor Salinas a... disimular eficientemente tanto el origen como el destino de los fondos'.

El ex dictador de Paraguay Alfredo Stroessner, el extinto dictador nigeriano Sani Abasha, el ex presidente de Gabón Omar Bongo, el ex ministro paquistaní Asif Ali Zardari, marido de la primer ministro Benazir Bhutto, y el ex alcalde de la Ciudad de México Carlos Hank Gonzalez son apenas algunos de los nombres que aparecieron en la investigacion del Subcomité de Investigaciones del Senado de Estados Unidos de unas 350 cuentas politicas en el departamento de banca privada del Citibank, reservado para los clientes más acaudalados.

En casi todos los casos, el origen de las fortunas depositadas en estas cuentas era inexplicable. Y las cantidades fabulosas: los hijos de Sani Abasha, por ejemplo, depositaron 20.000 millones de pesetas en el Citibank de Nueva York. Tras la muerte del ex dictador -por una sobredosis de viagra durante una orgía, según informó en su momento la prensa nigeriana- su sucesor lo acusó de haber amasado una fortuna de 720.000 millones de pesetass.

Una parte de los 6.660 millones de pesetas de los sobornos que según un juez argentino fueron pagados en nombre de la IBM para ganar un contrato de 45.000 millones de pesetas del Banco Nacion -el banco estatal más grande de Argentina- en 1994 fueron a parar a cuentas de funcionarios gubernamentales en el Citibank de Nueva York, y en Bruxelles Lambert, en Suiza, según el juez Adolfo Bagnasco.

Dos ex directores del Banco Nación, Alfredo Aldaco y Genaro Contartese, aceptaron públicamente haber recibido dinero como un regalo por haber firmado un contrato con la IBM. El Subcomité de Investigaciones del Senado norteamericano anunció el 26 de abril que a principios de mayo entregara al gobierno y al congreso argentino ocho cajas con documentos incaustados al Citibank durante la investigación de lavado de dinero, donde -según los investigadores- podrían aparecer nuevos depósitos ilegales del caso IBM-Banco Nación.

Aunque sería absurdo culpar a los países ricos por la epidemia de corrupción en América Latina, la ex Unión Soviética o África, es hora de que los países industrializados impongan mayores controles a sus bancos y empresas multinacionales para que colaboren más en la lucha contra este flagelo. Lo menos que podrían hacer es exigirles cumplir más rigurosamente con sus propios reglamentos internos, que en el caso de los bancos exigen 'conocer al cliente' y rechazar depósitos sospechosos.

Tal como me lo señaló el senador demócrata Carl Levin, quien dirigió las audiencias del Senado sobre Citibank en noviembre de 1999 y Febrero del 2001, 'Estados Unidos no puede jugar a dos barajas. No podemos condenar la corrupción internacional, ya sea de funcionarios que aceptan sobornos o dilapidan el Tesoro de sus países, y luego tolerar que los bancos americanos amasen fortunas gracias a esa corrupción'.

Mi interés por el papel de las multinacionales en los escándalos de sobornos y lavado de dinero comenzó a comienzos de la década de los noventa, cuando la lucha contra la corrupción se convirtió en la cause célèbre de los grupos de derechos civiles de todo el mundo. Muchos de nosotros, los periodistas, nos sumamos a esta lucha con gran entusiasmo.

A mediados de los años noventa, instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que hasta ese momento ni siquiera se animaban a hablar del problema de la corrupción por miedo a ofender a sus países miembros, se sumaron a lucha. Aunque tímidamente en un comienzo, comenzaron a condicionar sus prestamos a la responsabilidad de los gobiernos en el manejo de los dineros públicos, y sus esfuerzos por reducir la corrupción.

Hacia fines de la década de los noventa, el gobierno de Bill Clinton, a instancias del entonces vicepresidente Al Gore, decidió dar un paso contra la corrupcion mundial. Con este propósito organizó en 1999 el Foro Global Para la Lucha Contra la Corrupcion. Apenas me enteré de la conferencia, reservé un pasaje a Washington D.C. para estar presente en la reunión.

Se trató de una conferencia sorprendente. El Foro Global de Gore reunió a delegaciones de 89 países, cuyos representantes llegaron en una helada mañana de febrero al salón del Departamento de Estado donde se llevó a cabo la reunión. Había fácilmente mil personas, entre funcionarios gubernamentales, académicos y espectadores, sentados en el auditorio semi-circular Loy Henderson del Departamento de Estado.

Frente a la audiencia había una larga mesa, desde donde el vicepresidente Gore y la secretaria de Estado Madelaine Albright se dirigiríian al público. Detrás de ellos, estaban las banderas de todos los países participantes, y un gigantesco cartel azul y blanco colgado de la pared decía: Foro Global Para la Lucha Contra la Corrupción.

El Gobierno de Estados Unidos había enviado a la reunion a sus pesos pesados políticos, con la esperanza de dar un empujón inicial a Gore -el presidente de la conferencia- en su incipiente campaña para las elecciones presidenciales de noviembre del 2000. Entre los oradores, además de Albright, estaba la fiscal general Janet Reno, y el secretario del tesoro Bob Rubin. En cambio, como para demostrar sus dudas sobre la ofensiva anticorrupción de EEUU, los europeos habían enviado delegaciones de tercer y cuarto nivel. Francia envio a su embajador en Washington, François Bujon De L´Estaing, quien estuvo ausente la mayor parte de la reunión, y España a su encargado de negocios.

Varios gobiernos de la Union Europea veían con desconfianza la conferencia, considerándola como una forma de presión contra sus países y sus corporaciones internacionales. Desde hacía mucho tiempo, algunos países europeos veían con nerviosismo las presiones de EEUU para que los miembros de la Union Europea pusieran en marcha un tratado internacional que habían firmado poco tiempo atrás, y que los comprometía a prohibir los sobornos de sus corporaciones multinacionales a funcionarios extranjeros.

Audiencia concurrida

Gore abrió las deliberaciones enfatizando el hecho de que hubiera una audiencia tan concurrida. Sin embargo, a medida que transcurrió la mañana, no pude dejar de sorprenderme por el hecho de que el Foro Global se refería sólo al combate de un tipo de corrupción: la de funcionarios de gobierno. El mismo subtítulo de la conferencia, pintado en letras enormes detrás del podio, lo decía todo: 'Para la protección de la integridad de los funcionarios judiciales y de seguridad'. El comunicado de prensa de la Casa Blanca, asimismo, citaba a Gore diciendo que 'ningún tipo de corrupción es más dañina que la corrupción de los funcionarios'. ¿Y la lucha contra la corrupción propiciada o facilitada por el sector privado? Gore no se refirió en ningún momento al papel de las multinacionales o los bancos internacionales en el problema.

Poco después de que Gore terminara su discurso, tomó la palabra el vicepresidente argentino Carlos Ruckauff, que fue el primero en plantear el tema del sector privado: 'Es cierto que existen funcionarios que aceptan sobornos; pero también es cierto que existen ejecutivos que los pagan', dijo. 'Está muy bien exigir que los países del sur combatan la corrupción. Pero los países del norte también tienen que hacer algo con aquéllos que pagan sobornos'.

Gore y Albright se cruzaron una mirada, entre interesados e intrigados por lo que acababan de escuchar. Minutos después, Jorge Tuto Quiroga Ramírez, el joven vicepresidente de Bolivia, volvió sobre el tema. Quiroga inició su discurso con su historia favorita: el 31 de julio de 1991, pocos días antes de asumir su puesto, había recibido la sorpresa de que Transparency International -el grupo independiente con sede en Berlín dedicado a combatir la corrupción internacional- había calificado a Bolivia como el segundo país más corrupto del mundo, después de Nigeria.

Otros países que habían salido un tanto mejor parados en el Índice de Percepcion de la Corrupción de Transparency International, como México, Colombia y Argentina, habían reaccionado defensivamente, con exabruptos de fervor nacionalista. Pero Quiroga había decidido hacer lo contrario: tomó el teléfono, llamó a Transparency International, y desafió al grupo a que viniera a Bolivia e hiciera sugerencias prácticas sobre cómo combatir la corrupción.

Algunos meses después de la visita, y con una serie de propuestas concretas en la mano, Quiroga se había dirigido al Banco Mundial, al Banco Interamericano de Desarrollo y a otras instituciones internacionales, para que financiaran un plan anticorrupción en Bolivia. Así lanzó un ambicioso plan de 36.000 millones de pesetas para reducir los niveles de corrupción de su país, que de tener éxito sería un ejemplo por otras naciones.

Ahora, dos años después, con algunos éxitos en la mano y la mirada de los expertos fija en el experimento boliviano, Quiroga se sentía con la autoridad moral para rebatir el discurso de Gore, y ser escuchado. Después de contar su historia, dirigió la mirada hacia el entonces vicepresidente norteamericano, y sugirió que Transparency International diera un paso más allá de su índice de países corruptos. 'Me gustaría ver que Transparency International hiciera también un ranking de empresas corruptas. Existe una lista de países, pero no una lista de empresas', señaló.

La sorpresa de Gore

Gore, que presidía el debate, parecia sorprendido por la idea. ¿Había algún representante de Transparency International en la sala?, preguntó? ¿Podía alguien del grupo contestar a la inquietud del vicepresidente boliviano?, volvió a preguntar Gore, mirando por todo el auditorio. Jeremy Pope, director ejecutivo de Transparency International, estaba fuera de la sala en ese momento. Ante el silencio de los presentes, Gore dijo: 'Creo que se trata de una sugerencia excelente'. Luego agregó: 'Quizás haya una razón práctica para no hacerlo; pero si [Transparency] no lo hace, quizás otra organización pudiera encargarse del proyecto'.

Hermosas palabras, pero estaba desviando el debate hacia asuntos no incluidos en la agenda. De manera que Gore volvió de inmediato a centrar el diálogo en lo que, pocos minutos antes, había calificado como el aspecto 'más dañino' del problema: la corrupción oficial. Y a partir de entonces, el Foro Global prácticamente no volvió a mencionar el papel de los países ricos y sus multinacionales en el combate a la corrupción.

Sin embargo, la idea siguió dándome vueltas en la cabeza. ¿Por qué no hacer una lista de las corporaciones multinacionales más corruptas, o para ser más exactos, con la percepción de ser las más corruptas? ¿Acaso no había llegado el momento de que nosotros los periodistas, que tan valientemente investigábamos la corrupcion oficial, dedicáramos algunas de nuestras energías a investigar la corrupción del sector privado, y a preguntarnos que estaban haciendo los países industrializados para combatirla?

Después de todo, en la economía global, varias corporaciones multinacionales son mucho más poderosas que las economías de países en donde hacen negocios. A juzgar por la lista de Fortune 500, de las 500 empresas multinacionales más grandes, los ingresos mundiales de Walmart son de 119.3oo millones de dólares (más de 2.000 billones de pesetas), o sea mayores que el producto bruto de México. IBM, con ingresos de 78.500 millones (cerca de 1.500 billones de pesetas), supera ampliamente el bruto de Argentina. ¿Está bien que los periodistas dediquemos tanta energía a investigar a los gobiernos, y tan poca a las empresas?

Cuanto más le di vueltas al asunto, más me convencí de que no había ninguna razón práctica, más allá de la falta de imaginación o la autocensura motivada por razones comerciales, para no crear un Índice de Percepción de Empresas Multinacionales. Dicho índice no tendría por que ser menos objetivo que el de países. En ambos casos, Transparency International se basaría en las encuestas Gallup de profesionales y empresarios dentro de cada país. Si la encuesta era lo suficientemente buena como para medir la reputación de países, también debería serlo para evaluar la reputación de las empresas.

Cuando encontré a Pope, el director ejecutivo de Transparency International, en un pasillo de la conferencia y le pregunté por qué no hacían un índice de corrupción corporativa, se mostró reacio a la idea. Pope respondio: '¿Por qué habríamos de hacer eso?... Para serle muy franco, nos echaríamos encima una demanda judicial gigantesca, y ¿qué ganaríamos? ¡Nada!'. Pope explicó que si Transparency International se dedicaba a atacar a las empresas multinacionales, 'crearíamos una situación en la que no podríamos tener un diálogo con ellas. Y lo que queremos es tener comunicación con ellas, y convencerlas de que cambien. Lo otro sería ir detrás de titulares de prensa efectistas.'

Meses después, y bajo presiones de otros directivos de Transparency International, la organización finalmente publicó un índice de corrupción en el sector privado, pero se trató de un proyecto timorato que no convencio a nadie. La lista no mencionaba empresas por su nombre, sino los sectores en que se desempeñan, y los países que más tienden a cobijarlas. La lista estaba basada en una encuesta Gallup de 770 ejecutivos de empresa, abogados, contadores y banqueros de 14 países, y mostraba que las empresas de construcción y los exportadores de armas tienden a ser las más propensas a sobornar funcionarios seguidas por las empresas petroleras.

Lucha total

¿Es ilusorio pedir que Estados Unidos y los países de la Unión Europea arremetan contra la corrupción en otros países? ¿Y que tomen medidas en sus propios países para ayudar a combatir la corrupción extranjera? No lo creo en absoluto, y son cada vez más los altos funcionarios norteamericanos y europeos que piensan de la misma manera.

La corrupción esta minando los principales objetivos de los planes multilaterales de asistencia para la democracia y el desarrollo económico de los países en desarrollo. ¿Tiene sentido que los contribuyentes norteamericanos y europeos paguen miles de millones de dólares en préstamos al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial para que funcionarios corruptos y sus familiares roben los dineros públicos? Ya antes del escándalo de Rusia con el Bank of New York, muchos norteamericanos se hicieron esa pregunta después de que el Gobierno de Estados Unidos le extendió un paquete de garantías de emergencia de 20.000 millones de dólares a México tras el colapso de la economía de ese país - en gran medida por la corrupción- en 1995.

Finalmente, cada vez más funcionarios de Estados Unidos están llegando a la conclusión de que para combatir más eficientemente el lavado de dinero del narcotrafico, los secuestros y el terrorismo internacional, son necesarios mayores controles externos e internos de los grandes bancos internacionales, y posteriormente a sus competidores en los paraísos fiscales del Caribe o el Pacífico sur. Es hora de globalizar la decencia. Porque mientras los familiares o amigos de un presidente puedan entrar en un banco de Nueva York y depositar 18.000 millones de pesetas sin que les hagan muchas preguntas, la lucha contra la corrupción en los países en desarrollo será una batalla cuesta arriba.

El extraño caso de los 80.000 dólares robados en el hotel Ritz

JUAN MIGUEL PONCE, el director de la Interpol mexicana, había descubierto la presencia del cartel de Juárez en América del Sur de la manera más inusual... Una tarde, en 1997, recibió una llamada de rutina de un colega de Scotland Yard. Ponce, que hasta hacía pocos meses había sido el agregado de justicia mexicano ante la Comunidad Europea con base en Madrid, había conocido al policía inglés en conferencias internacionales a las que ambos habían asistido en años recientes. El policía inglés lo había llamado por un incidente aparentemente trivial: el robo a una turista mexicana en Londres. Al parecer, la víctima, una mujer de unos 60 años, había hecho una gran escena en el Ritz de Londres al descubrir que alguien le había robado la cartera -con su pasaporte, el de su marido y unos 80.000 dólares en cheques de viaje de American Express- mientras estaba tomando el té en el apacible restaurante del hotel. El jefe de relaciones públicas del Ritz estaba anonadado. En sus muchos años de servicio jamás había ocurrido un incidente como éste en el venerable hotel londinense, le había dicho a la policía.

La seguridad del hotel era muy buena

El gerente del Ritz le había dicho más tarde a Scotland Yard que se trataba de un caso muy raro, porque la seguridad del hotel era muy buena, ya que nunca antes un carterista había logrado llegar hasta el restaurante del hotel y escaparse con el botín. El colega de Ponce de Scotland Yard quería saber si era común que una turista mexicana llevara en la cartera la nada despreciable suma de 80.000 dólares en cheques de viaje. ¿Era un caso que merecía ser investigado más profundamente o un asunto de rutina?, preguntó el policía inglés. '¿Cómo se llama la turista?', preguntó Ponce. 'Victoria Quirarte de González', contestó el británico, batallando con las vocales de la lengua española. El nombre le sonó familiar a Ponce. Inmediatamente le asaltó la sospecha de que la turista que llevaba tanto dinero encima podría ser de los González Quirarte del cartel de Juárez. Tras pedirle unos días a su colega británico para hacer unas averiguaciones, Ponce pidió a sus ayudantes que le trajeran el legajo de los González Quirarte. No tardó en confirmar su sospecha: doña Victoria, la turista mexicana, no era sino la madre de Eduardo González Quirarte, uno de los principales lugartenientes de Carrillo Fuentes, que la policía mexicana todavía creía prófugo en México. A los pocos días, Ponce y sus colegas de Scotland Yard empezaron a seguirle el rastro a los cheques de viaje para averiguar dónde habían sido comprados, por quién y para qué tipo de compras habían sido utilizados. En menos de una semana, los investigadores descubrieron que los cheques de viaje robados en el Ritz de Londres formaban parte de un paquete de dos millones de dólares en cheques de viaje de American Express que la familia González Quirarte había comprado en Ciudad de México. Rastreando el recorrido de los cheques que habían sido cambiados por dinero en efectivo, la Interpol de México descubrió que, además de las compras que doña Victoria había hecho en Londres, muchos de los cheques habían sido utilizados para comprar automóviles Mercedes Benz, Porsche y apartamentos de lujo en Chile y Argentina. Poco tiempo después, los investigadores de la Interpol hacían su primer viaje a Santiago de Chile en busca de los cabecillas del cartel de Juárez.

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