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UN MUNDO FELIZ
Columna
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Corazón global

Un amigo, al que no puedo negar casi nada, ha puesto en mis manos un libro: Hijos del corazón, guía útil para padres adoptivos (Temas de Hoy), de Javier Angulo y José A. Reguilón. Recién publicado, ya va por la tercera edición. La adopción de niños, es decir, la oferta de padres y de madres, es un hecho que crece entre nosotros desde hace unos 10 años pero, pese a tener bastantes amigos que han adoptado hijos, personalmente me ha parecido siempre un asunto inquietante. ¿Cómo saber si uno está en condiciones de hacerse cargo, no tanto económica como afectivamente, de un ser humano indefenso? ¿Cómo atender, en un asunto tan delicado como el cuidado de un niño, las no siempre fiables llamadas del corazón?

Si uno se queda en estas insidiosas preguntas se bloquea completamente para aproximarse a un fenómeno contemporáneo de gran importancia, pese a su obviedad: 'Lo que sobra en este mundo son niños; lo que falta son padres'; así lo enuncia, con cierta brutalidad, Fernando Savater. No creo que sobren niños, lo que sí rebosa lo soportable es el sufrimiento de los niños. Hay demasiados niños desgraciados. Hay, pues, una enorme oferta de dolor encarnada en los niños. Y, quizá, esa oferta estimula un nuevo tipo de demanda... la de los padres del corazón. Porque los niños todavía conmueven al mundo.

Quiero pensar que cuando hay tantos niños en busca de cariño, cuidado y amistad, aunque eso suceda en la otra punta del planeta -que por algo estamos en un mundo global-, se crea una extraña corriente que mueve la aparición natural de padres. Padres que, a su vez, buscan dotar de sentido el vacío de una civilización basada en la oferta y la demanda de bienes materiales, de productos, de banalidades, de experiencias sin sustancia. Y ahí se produce el encuentro de una oferta y una demanda insospechadas. No son hijos que buscan padres o padres que buscan hijos, sino, como en un bolero: corazones que llaman -y encuentran- corazones.

Y esto tan antiguo que creímos engullido en el vértigo del beneficio económico, de la tecnología, de la prisa y del estrés reaparece como una fuerza secreta en la sociedad posmoderna. El ser humano, en fin, necesita 'ser humano'. Los corazones, se encuentren donde se encuentren, llaman a los corazones. La vida, si no es así, deviene insoportable. Surge, de esta forma, una nueva idea de la familia: la que crean los lazos de la solidaridad, de la compasión y de la cordialidad, y cuya fuerza supera la de los lazos de la sangre o la proximidad. Hasta el punto en que todo aquel que sienta esta llamada puede formar parte de la gran red de los corazones sin fronteras. ¿La familia global? ¿Por qué no puede entenderse así algo que explicaría esa fiebre consistente en adoptar a un niño?

Hay, desde luego, un cambio de paradigma social: adoptar ya es sinónimo -y también exhibición- de solidaridad. Adoptar es una palabra que ya tiene un sentido de ida y vuelta: también los hijos adoptan a los padres, lo cual, en ese nuevo modelo de familia, vale incluso en la consanguinidad. ¿O no es cierto que todos hemos adoptado a nuestros padres porque no hay nada más arbitrario que el nacimiento? Si las costumbres burguesas hicieron de los hijos un símbolo de prestigio, si los trabajadores quisieron creer en que un hijo traía el pan bajo el brazo, ¿por qué hoy no recuperamos la idea de que la familia no es otra cosa que unos corazones que se encuentran? Otros magníficos libros, como el que firmaron hace un par de años Margarita Sáez Díez y Pilar Cernuda, y el que acaba de publicar Pilar Rahola, Carta a mi hijo adoptado, confirman esta idea: la familia es algo más que una casualidad. Una necesidad de los corazones en la era global.

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