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Columna
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Podía ser de otra manera

Y no sólo podía sino que fue de otra manera, tal como hemos comprobado en los resultados electorales. Pero los políticos emplean últimamente un latiguillo para reforzar sus frases que, repetido una y otra vez, llega a deformar su percepción de la realidad. Dicen eso de 'como no podía ser de otra manera', entonces esto y lo otro. Dando por supuesto lo primero, llegan a la conclusión deseada con una tranquilidad y firmeza que a veces asusta. Como no podía ser de otra manera, produce sensación de evidencia y claridad meridiana, algo a mitad de camino entre el dogma y la fatalidad. Pero luego llegan las sorpresas y los sobresaltos, porque las cosas siempre pueden ser de otra manera, casi siempre son de otra manera, es más, acostumbran a ser de muchas maneras distintas al mismo tiempo. Me permito recomendarles, por higiene mental, que vayan olvidándose de la muletilla y que repitan delante del espejo que la realidad es muy variada y puede ocurrir de todo.

El proceso electoral vasco, como casi todos los demás, estuvo dividido en una fase de campaña que navegaba entre deseos y expectativas, y unos resultados que siempre se resisten a la predicción y el análisis. Sin embargo, los resultados sólo tienen sentido en función de las expectativas, porque unos y otras se complementan, adquiere significado lo obtenido en relación con los que se quería obtener. Pues nada, como no podía ser de otra manera, la campaña se planifica por un lado y los resultados se interpretan por otro. Así no hay encuesta que acierte, estrategia que madure, ni futuro que se cumpla.

Hay algunas excepciones a esta rutina. Adela Garzón, por ejemplo, analizando el cambio de voto, decía en esta misma página días antes de las elecciones que el PP, amparado en el éxito, apostaba por el cambio, pero podía verse traicionado si continuaba confundiendo información política con información emocional. Añadía que razón y deseo van juntos, pero hay que saber distinguirlos. A los socialistas los veía escapando del problema y planteando abiertamente la necesidad de que cambien otros, que se produzca el cambio pero en los demás. Finalizaba afirmando que los cambios más viables en aquel momento se producirían sobre todo en los partidos nacionalistas. Una predicción mucho más ajustada que la mayoría de las encuestas de entonces. También Gil Calvo, en este mismo periódico, pero en este caso después del resultado, reconocía que habían confundido los deseos con la realidad. Añado por mi parte que, hoy por hoy, el nivel de aspiraciones, las expectativas de éxito y de fracaso de los partidos políticos explican mejor lo que puede ocurrir en nuestra sociedad que cualquier encuesta de opinión.

En estas elecciones vascas, a lo largo de pueblos y ciudades, el voto a unos partidos estaba relacionado con el fracaso y el éxito más o menos pronunciado de los otros. Menos en un caso, porque esta vez entre PNV y EH no existía relación alguna o, al menos, se aproxima estadísticamente al cero. Cada uno por su lado, pero ambos sumando votos independientes.

Lo dicho, o nos ponemos a pensar que todo puede ser de otra manera o nos vamos a estrellar contra lo que no puede ser.

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