El factor social en la política vasca
Una de las características más específicas de la sociedad vasca es su alto grado de articulación social. Los pocos estudios fiables sobre lo que se ha llamado 'capital social' (nivel de asociacionismo, capacidad de acción colectiva, densidad de redes cívicas...) muestran un País Vasco en cabeza, junto con Navarra y La Rioja, en el conjunto de autonomías. ¿Qué impacto tiene ello en la situación política vasca y cómo pudo influir en el resultado de las elecciones del domingo? Desde mi punto de vista, el asunto es altamente significativo.
Por una parte, y tal como se desprende de los datos publicados en este mismo periódico durante la campaña electoral, el porcentaje de militantes en relación con los votantes de partidos como el PNV y EA multiplica por cinco o por seis el que se da en partidos como el PP, el PSE-EE e IU-EB (no se publicaron los datos correspondientes a EH). Y la explicación no está, como podría pensar alguien, en las evidentes dificultades que pueden existir para reclutar militantes para esos partidos en los últimos años. Conviene recordar que la proporción de militantes sobre votantes en el resto de España y para cualquier otro partido oscila entre 2 y 4 militantes por cada 100 votantes, mientras que en el caso del PNV es de 10 por cada 100, y en el de EA, de 14 militantes por cada 100 votantes. Ello nos indica ya una diferente concepción y forma de entender la actividad y la identidad política en las formaciones políticas vascas.
Pero, por otra parte, y más allá de la política, el grado de articulación comunitaria y social en los territorios del País Vasco es muy notable, y se expresa en la vitalidad de la Iglesia vasca y en la pluralidad infinita de sus asociaciones deportivas, culturales o gastronómicas. A ello se ha aludido a veces para caracterizar al nacionalismo vasco como arcaico o premoderno, buceando y utilizando los textos fundacionales del PNV de finales del siglo XIX como arma arrojadiza. También se habla de carlismo-comunitarismo para poner de relieve esa mezcla de componentes históricos y de profundas identidades, que provocaría cerrazón y desconfianza hacia lo ajeno. Pero, en cambio, no se pone de relieve la nueva modernidad de ese sentirse parte de una comunidad propia y específica. Los estudios de Douglas North o de Robert Putnam han tratado de demostrar, en otros contextos, las claras vinculaciones entre esas redes sociales de pertenencias cruzadas y de interacciones funcionales con procesos singulares de desarrollo económico y de capacidad colectiva para afrontar retos. El País Vasco, y su mencionada densidad cívica y asociativa, es un ejemplo de ello, y conviene recordarlo para no atribuir en exclusiva al peculiar sistema de financiación del que gozan, un bienestar económico y social que tiene también otras bases menos coyunturales.
Algunos analistas han puesto de manifiesto estos días la falta de coincidencia entre el bienestar material vasco y el malestar político de ese mismo pueblo. ¿Ha tenido influencia ese rico tejido social en lo ocurrido el 13 de mayo? Sin duda alguna. Lo hemos mencionado ya al referirnos a la singularidad de los partidos nacionalistas en su mucha mayor proporción de militantes en relación con los votantes. Pero pienso que también ha pesado lo suyo ese capital social en la enorme movilización producida para llegar a alcanzar las cifras de participación conseguidas. Ha habido una activación sin precedentes del sentimiento comunitario vasco, que se ha sentido amenazado en lo más íntimo por una campaña entendida como foránea y mediática. Pienso que la sensación de posible pérdida de algo muy significativo no venía producida sólo por la eventualidad de un gobierno presidido por Mayor Oreja, sino sobre todo por la percepción de que se estaban jugando el ser o no ser como identidad social y colectiva. El PNV y EA, muy insertos en esa corriente profunda y comunitaria, no han tenido más que canalizar esa sensación para obtener sus magníficos resultados. De ahí, pienso, lo equivocado de la estrategia socialista (con la de los populares no me meto, ya que sin compartirlaen absoluto, me parece consustancial a su proyecto nacional español). El PSE-EE no es un partido recién llegado a Euskadi. Pueden mostrar con orgullo sus profundas raíces históricas y sus servicios a las libertades políticas y nacionales vascas. ¿Qué les ha conducido a los brazos del PP? Sin duda, las razones cabe buscarlas en la brutal ofensiva asesina de ETA y la sensación de que se estaban diluyendo después de tantos años de alianza con el nacionalismo vasco. Pero, para querer acabar con el terrorismo de ETA y para poder construir una alternativa progresista al conservadurismo nacionalista del PNV no creo que la alternativa pase por desgajarse del núcleo duro de esa red cívica y social tan característica del País Vasco y ponerse al servicio de un proyecto como el aznarista, que está en profunda contradicción con todo lo que los socialistas y los de Euskadiko Ezkerra han representado y representan.
¿Es posible encontrar espacios en el País Vasco para abrir una alternativa progresista en lo social y político, y que busque un futuro de mayores cotas de libertad nacional en el marco europeo? Se me dirá que la dinámica terrorista no permite tales ejercicios de sutileza. Desde la comodidad de la lejanía física, me atrevería a decir que estas elecciones han significado la gran derrota de los que apuntaban por la simplificación. De aquellos que anteponían la victoria a todo diálogo. Quizá conviene aceptar la complejidad y trabajar desde ella. En el campo de la búsqueda de la paz, movimientos sociales como Gesto por la Paz o Elkarri están moviéndose, pienso, en la dirección adecuada, buscando y tejiendo complicidades en esa maraña social, sin estigmatizar a nadie y sin ánimo de revancha. En esa línea conviene perseverar. Buscando el diálogo de todos y sobre todos los asuntos. Sobre todo, si queremos que la paz sea algo más que la inexistencia temporal de asesinatos y atentados.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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