Puerta grande para los tres
Salían los tres espadas, cada uno a hombros de su asignado costalero y todo el mundo comentaba, con chiribitas en los ojos, que habíamos visto un corridón. Cualquier transeúnte que, desde la calle, los haya visto salir de esa guisa, habrá creído lo mismo. Pero lo cierto es que de corridón, nada. En absoluto. Ni los toros lidiados, flojos y chochones -sólo el sexto fue bravo y con temperamento- ni los toreros, de los que únicamente Finito de Córdoba hizo algo parecido a lo que es el toreo de verdad, justifican el entusiasmo de los espectadores y el espejismo del transeúnte. Pero allá ellos si así son felices.
Ha quedado dicho que sólo Finito de Córdoba toreó como es debido. Eso fue con el quinto de la tarde, un toro con indiscutible presencia para una plaza de tercera y con una embestida noble y entregada. El mérito de la faena, que fue de menos a más, reside, sobre todo, en lo bien que supo adaptarse a la floja y apacible embestida del burel. Finito le sacó muletazos largos y con temple por el pitón derecho y otros, de menor longitud, pero de elegante finura, por el izquierdo. Aprovechó muy bien la bondad de su enemigo y el premio de dos orejas, que lo distinguía del solitario apéndice conquistado por sus compañeros en cada uno de sus toros, fue justo.
Hernández / Jesulín, Finito, Castaño
Un toro de Domingo Hernández, impresentable e inválido. El resto, de Garcigrande: desiguales, flojos y alguno sospechoso de pitones. 5º, con presencia y pastueño; 6º, bien presentado y bravo. Jesulín de Ubrique: oreja con escasa petición; oreja. Finito de Córdoba: algunas palmas; dos orejas. Javier Castaño: oreja; oreja. Plaza de Talavera, 15 de mayo. 1ª corrida de las Fiestas de San Isidro. Un tercio de entrada.
Antes se las había visto con una impresentable cucaracha, lidiada en segundo lugar, a la que sólo toreó por alto y dejándola refrescar, para evitar las constantes caídas del animalejo. A pesar de la labor terapéutica del diestro, el inválido anduvo casi siempre por el suelo.
Jesulín de Ubrique ha mostrado su nueva personalidad de torero serio. Lo malo es que esa seriedad resulta un tanto fría y las palmas ya no suenan con la fuerza que sonaban en su época de frivolidad. Llevó muy toreado y con temple a su primer toro, por ambos pitones, pero sin ligar los muletazos. Lo mejor, el empaque con el que dio los ayudados por alto finales. Le dieron una orejita, pedida por uno de cada 10 espectadores.
En el cuarto empezó con ratonería, escondiéndose en el cuello del toro y abusando del medio pase. Cuando adelantaba la muleta no remataba después. De vez en cuando, jugaba al corro con el toro y se iba al rabo. Por hacer esas bobadas, se manchó de sangre su pulcro traje blanco y oro. Esta vez hubo más pañuelos, porque su banderillero, Carmelo, invitaba, con insistencia, a que el público los sacara.
Javier Castaño no toreó. Se dedicó a arrimarse, a dar medios pases sin gracia, la mayoría de ellos enganchados y sin adelantar la muleta, y a imitar a Paco Ojeda al final de sus dos faenas. El tercer toro fue cansino y modorro y el sexto, acudió con bravura y empuje al caballo y embistió con prontitud y repetición en la muleta. El torero volvió a llevar la muleta retrasada y, para calentar al personal, le atizó dos circulares invertidos que gustaron mucho. Después de una estocada corta delantera y un descabello, la inercia de los espectadores a agitar el pañuelo, le puso en sus manos la última oreja de la tarde.
Babelia
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