Recuerdos del paraíso perdido
Un libro rescata la memoria oral de la almadraba de Santi Petri (Chiclana), que funcionó entre 1930 y 1971
Entre 1930 y 1971, la península de Santi Petri (Chiclana de la Frontera) estuvo ocupada por el Consorcio Nacional Almadrabero, una singular industria dedicada a la pesca y procesado del atún que llegó a acoger en este enclave a 600 vecinos. Con el tiempo, unos y otros se vieron obligados a marcharse; pero la almadraba marcó la vida y la memoria de las gentes que la conocieron hasta alcanzar proporciones míticas, como de edad de oro sin retorno o paraíso perdido.
Cómo nació Santi Petri, cuál fue su dimensión real y qué propició su desaparición, son preguntas a las que ha buscado respuesta el joven escritor Miguel Ángel García Argüez (La Línea, 1969) en su libro El pan y los peces. Santi Petri en la memoria, recientemente editado por la Biblioteca de Temas Chiclaneros.
Simultáneamente a la gestación de este libro, el malogrado profesor Domingo Bohórquez estaba preparando un texto de carácter historiográfico sobre Santi Petri, por lo que García Argüez decidió centrarse en 'el testimonio oral de los supervivientes'. 'En lugar de entrevistar a administradores y capitanes de almadraba, busqué la intrahistoria del lugar, el día a día que recordaban los chanqueros (encargados de cortar el atún), las estibadoras, los marinos'. El resultado es un volumen hermosamente ilustrado, de algo más de 220 páginas y estructurado a modo de collage, ya que combina el párrafo periodístico, la reconstrucción literaria, la cita literal y la transcripción de conversaciones personales.
En él se explica cómo la actividad pesquera de la zona, que se remonta a tiempos inmemoriales, no pasó desapercibida en los planes de reorganización económica de España que Primo de Rivera puso en marcha en los años veinte. Creado el Consorcio Nacional Almadrabero en 1929, el siguiente paso fue la absorción de pequeñas explotaciones almadraberas, casi familiares, que preexistían en Santi Petri.
En poco tiempo, Santi Petri se convirtió en el centro atunero más grande de la zona, superior en extensión de red e inversión en maquinaria moderna a los creados en Barbate, Conil, La Línea, Zahara, Tarifa y Larache. Tan era así, que con frecuencia llegaban a este asentamiento atunes de otras almadrabas para ser envasados, por lo general con destino a Italia. 'La cifra de trabajadores podía incrementarse en verano hasta los 2.000', explica García Argüez.
El autor destaca el óptimo nivel de vida que disfrutaba la población de Santi Petri, así como sus peculiares vínculos vecinales: 'Todo el mundo pertenecía a la misma empresa, prácticamente todos estaban sometidos a un mismo horario y ganaban sueldos similares, por lo que acabaron formando algo parecido a una gran familia'.
García Argüez señala asimismo que mientras que en las poblaciones vecinas la chabola era una vivienda habitual, 'los habitantes de Santi Petri disfrutaban de luz y agua corriente', lujos inasequibles en aquellos días. 'La empresa, además, garantizaba la enseñanza de los jóvenes', apostilla el escritor, 'lo que permitió que en este lugar se estudiara el bachillerato antes de que se construyera en Chiclana el primer instituto'.
Suicidio financiero
Sobre el cierre de Santi Petri, fechado en 1971, todo son especulaciones. García Argüez rechaza la idea de que el descenso de migraciones atuneras por el Estrecho fuera causa de su desaparición, ya que 'las otras almadrabas gaditanas siguen trabajando con buen rendimiento'. Una de las hipótesis más sorprendentes apunta la posibilidad de un suicidio financiero por parte de los accionistas privados del consorcio, que, a través de complicadas maniobras, habrían conseguido conservar los derechos sobre el suelo de Santi Petri para reconducirlo hacia usos turísticos. 'En caso de que así fuera', conjetura García Argüez, 'la operación les habría salido mal, porque los militares reservaron la zona para implantar un campo de tiro'.
Lo cierto es que nada queda de aquel esplendoroso Santi Petri. La enorme fábrica, las viviendas, han quedado reducidas a silenciosas ruinas, saqueadas y desmanteladas. 'El antiguo muelle es hoy un puerto deportivo que no para de crecer', afirma el autor del estudio. Por lo demás, el pueblo fantasma sólo está habitado por un matrimonio anciano al que se encomendó la custodia de la nada.
Manuel, afectado de Parkinson, y Josefa, su mujer, conservan celosamente la vieja campana que llamaba a misa: 'Ésa sólo saldrá de mi casa para ponerla otra vez en su sitio, para cuando suene otra vez en la iglesia', jura el guardián.
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