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Columna
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Cambio sin alternancia

Ya hemos votado. Ninguna previsión se ha cumplido, ni siquiera la del tiempo: frente a los pronósticos de los meteorólogos, el domingo electoral lució el sol y el lunes también amaneció despejado. La sociedad vasca ha votado con una inteligencia que, ya me disculparán el desvarío místico, parece reflejar eso que Michel Maffesoli ha denominado el perdurar societal: una especie de 'saber de fuente segura', una suerte de resistencia orgánica, vegetativa, que explica el hecho de que pueda seguir existiendo sociedad humana 'a pesar de la incoherencia y el andar a trompicones, a pesar de las vicisitudes y catástrofes, a pesar de las matanzas y los crímenes que marcan con regularidad la historia'. No encuentro otra manera mejor para explicar lo que ocurrido en estas elecciones, en las que ha caído definitivamente el mito del umbral de participación, según el cual un incremento en la participación beneficiaría a los partidos no nacionalistas.

Ha caído también el mito del voto por correo o de la indecisión en las jornadas previas al 13 de mayo, fenómenos ambos asociados al supuesto miedo del elector no nacionalista. Por caer, hasta ha caído el mito del 'modelo alavés'. Todos estos mitos han impedido asumir que la pluralidad social solo puede organizarse desde el pluralismo político, nunca desde el pluralismo comunitario. Cuando votamos, algo más de la mitad de las vascas y los vascos votamos opciones nacionalistas, algo menos de la mitad opciones no nacionalistas. Pero tanto entre los primeros como entre los segundos se entrelazan y se enfrentan pertenencias, realidades y proyectos variados, irreductibles a la simplificación comunitarista, sea esta en versión nacionalista vasca o constitucionalista española.

Así pues, nada de sorpasso y sí mayoría absoluta de votos y escaños nacionalistas. ¿Ha cambiado algo o todo sigue igual? ¿Estamos mejor o estamos peor? En mi opinión ha cambiado mucho y, por eso, estamos mejor.

Si disculpan la autocita, en sendos artículos publicados en este diario he sostenido dos ideas que ahora quiero recordar. La primera, que si bien en Euskadi cabría pensar en la posibilidad de una alternancia política entre nacionalistas y no nacionalistas, de ninguna manera es posible la alternativa a lo que ya somos ni a lo que queramos ser. La segunda, que frente a la disyuntiva continuidad/cambio que ha constituido el eje de la campaña de PP y PSE, aparecía la preocupante posibilidad de vernos abocados a elegir entre dos continuidades, ambas igualmente incapaces de gestionar la pluralidad social vasca. Pues bien, me atrevo a afirmar que los resultados del domingo abren un esperanzador horizonte de cambio sin alternancia. Por primera vez el nacionalismo vasco ha mirado al abismo de la pérdida de su centralidad y el abismo le ha devuelto la mirada. La arrogancia imperial del PP, la bienintencionada pero torpe ambigüedad del PSE y la persistencia en el terror de ETA han coadyuvado al triunfo del nacionalismo democrático, pero podía no haber sido así.

En estas circunstancias, probablemente lo más sencillo sea iniciar la nueva legislatura con un Gobierno formado exclusivamente por la coalición PNV-EA. Empeñarse en edificar en el corto plazo un acuerdo que integre en el mismo a PP, PSE o incluso IU va, por distintas razones, desde lo imposible hasta lo complicado. Además, lo que habrá que hacer en los próximos meses no es tanto organizar un Gobierno plural como recomponer, mediante gestos de reconocimiento, comprensión, diálogo y paz, espacios, caminos y puentes dinamitados por estrategias suicidas de confrontación política y mediática.

Y el primero y mejor de esos gestos debería estar dirigido a todos esos miles de mujeres y hombres, convecinos nuestros, que lloran el asesinato de sus seres queridos o que transitan por nuestras calles sometidos a la amenaza permanente de la violencia. Sería terrible que saquen la conclusión de que hemos votado sin tener en cuenta su sufrimiento, porque no ha sido así. Y tal vez ellas y ellos, también, deban sopesar si ha sido bueno poner su sufrimiento en unas manos que no eran las del conjunto de la sociedad.

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