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Crítica:FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Eternidades

El XVI Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba terminó con esa gala final en que los triunfadores repiten sus actuaciones premiadas y reciben los galardones obtenidos. Una gala que duró cuatro horas menos diez minutos, demasiado tiempo para la relativa calidad que se nos ofreció.

Porque lo cierto es que de lo que vimos y oímos no nos queda en la memoria demasiado que recordar: un bailaor cordobés, Daniel Navarro; un cantaor de Chiclana de la Frontera, Antonio Reyes, y las guitarras del sevillano Rubén Levaniegos, en concierto, y del malagueño Antonio Soto, en acompañamiento a cante y baile. Navarro bailó por alegrías con autoridad, buena técnica y elegancia. Reyes, el único que se llevó dos premios, canta con acierto los grandes estilos, singularmente por soleá; le falta, quizás, la soltura de quien puede transitar por los cantes sin la atadura de atenerse excesivamente a lo aprendido. Levaniegos sorprende bastante, pues no nos parece demasiado flamenco; puntea la guitarra con extremada pulcritud, como si fuera un clásico, pero gusta; en la petenera arrancó olés del público. Soto es eficaz acompañante, sobre todo del cante; en el baile lo hizo bien, pero eterno.

Gala final del Concurso Nacional

Gran Teatro, Córdoba, 12 de mayo.

Y hablando de eternidades, esta gala puso una vez más de manifiesto la tendencia dominante a prolongar los bailes insensatamente. Hiniesta Cortés, por ejemplo, que es interesante bailaora, tendrá que aprender el arte de la síntesis y suprimir tantos minutos añadidos en vano a su soleá. Igual le pasa a Edu Lozano, bailaor a quien admiro, que por bulerías se extendió demasiado. Pastora Galván, Mercedes Ruiz y Desirée, La Merenguita, cumplieron con una cierta dignidad, aunque no faltara en buena medida lo convencional.

El exceso en el cante lo protagonizó el malagueño Bonela hijo, primero en la liviana, la serrana y la siguiriya de María Borrico, y después en la caña; exceso en el tiempo y en las voces, pues gritó a pulmón abierto. El otro cantaor premiado, el cordobés Antonio Porcuna, El Veneno, pecó de vulgaridad por fandangos.

Otros cuatro premios de cante quedaron desiertos, más los tres especiales.

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