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Columna
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Obras

Tiemblo sólo de pensarlo. El Ayuntamiento de Madrid anuncia el comienzo inmediato de las obras de la Gran Vía y pide disculpas anticipadas por las molestias a los ciudadanos. Cuando piden perdón de antemano es que la van a liar muy gorda. Y es evidente que la Gran Vía está pidiendo a gritos un buen repaso desde hace tiempo, lo que ocurre es que, a quienes frecuentamos la zona, este chaparrón nos va a pillar con el cuerpo empapado. Nada exagero si lamento públicamente no recordar un solo mes seguido en que haya podido disfrutar de esta noble y maltratada avenida libre de andamiajes, zanjas o enormes heridas en su pavimento.

La piedad ha brillado por su total ausencia, especialmente en algunas de sus bocacalles, que han sido levantadas hasta tres y cuatro veces en los últimos dos años, a pesar de la reciente remodelación costeada con fondos europeos. Aquellos trabajos en las calles adyacentes fueron en teoría una broma en comparación con los que se preparan en la vía principal. Para empezar, hay que levantar todo el piso de las aceras. Las losas actuales, de tanta suciedad y tanto desgaste, están en trance de experimentar el mismo fenómeno que la túnica del licenciado Cabra, cuyo color original nadie conocía. Serán debidamente sustituidas por otras de granito, material que están imponiendo en todo el centro de la capital, a pesar de tener, por su porosidad, problemas de limpieza muy serios.

El rojizo que pusieron en la calle de Preciados aguanta mejor, pero, en el de color gris, un chicle o una gota de grasa no se quita nunca y siempre se ve sucio. Está igualmente previsto retirar los horribles contenedores de hormigón que eufemísticamente el Ayuntamiento denomina 'jardineras'. Todos los habituales del lugar las odiamos apasionadamente por los numerosos daños que ocasionan en rótulas o canillas, dependiendo de la estatura de las víctimas. Esos elementos serán sustituidos por una elegante barandilla donde no podrá crecer planta alguna. Ni los más fanáticos de la naturaleza echarán de menos los arbustos que sobreviven ahora en esos parterres, porque su aspecto es sencillamente patético. No diré lo mismo de los árboles que tan amorosamente ordenó plantar Esperanza Aguirre cuando ejercía como concejala de Medio Ambiente. Son aligustres de bola y doña Esperanza adoraba los aligustres de bola.

El error de los jardineros fue alternar los de hoja verde con los de color amarillo sin tener en cuenta que el crecimiento de los primeros suele ser más vivo que el de los segundos. Nos encontramos así con una irregularidad en el porte que desluce en este tipo de especie tan apreciada por sus perfección geométrica en los jardines franceses. De todas maneras, dentro de poco dará igual, porque tienen el propósito de levantarlos para ejecutar las obras. Aunque aseguran que todos y cada uno de los ejemplares serán debidamente trasplantados, puedo dar fe de que el término 'trasplante' no es más que un eufemismo. La inmensa mayoría de los árboles que han sido arrancados en Madrid a causa de las obras ha terminado en el vertedero. Con los aligustres se irán también, según han anunciado, los odiados chirimbolos. Imagino que no retirarán todos, porque los compromisos hay que cumplirlos y el Ayuntamiento se embolsó por ellos en su momento una buena pasta.

Confío al menos en que se lleven los que sólo sirven de soporte publicitario y que son un auténtico muerto. Traerán nuevos bancos, papeleras y bolardos, si bien estos últimos es difícil que puedan conjurar la invasión de motos en las aceras, un mal antes menor cuyo espectacular crecimiento está pasando a mayores. Y van a renovar también las farolas, importante asignatura que tenían pendiente desde hace muchos años. No parece de recibo que la avenida que atraviesa el casco histórico de la ciudad tenga las mismas luminarias de autopista que hay en la M-40, pero con dos globos colgando. Está claro que la Gran Vía se merece un diseño más acorde con el estilo de los edificios que la conforman. Cambios necesarios que han de llevarse a cabo de la manera más rápida y menos lesiva posible para los sufridos ciudadanos. Dieciséis meses de obras, como amenazan, es mucho tiempo y todos sabemos que hay formas de reducir plazos y aliviar las molestias. Los comerciantes de la zona, que padecen los prejuicios económicos, tienen motivos para estar asustados. Y yo también.

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