La policía yugoslava detiene a Vasílievich, el último mecenas de Fischer
Uno de los más siniestros personajes conectados con el ajedrez está por fin entre rejas. El magnate yugoslavo Yezdímir Vasílievich, patrocinador del duelo Bobby Fischer-Borís Spasski en 1992, huyó en 1993 de su país, donde se le relacionaba con un desfalco gigantesco, tráfico de armas, divisas y petróleo. Tras pasar ocho años escondido en Chipre, la policía le detuvo recientemente en el aeropuerto de Belgrado. Ahora dice que posee información suficiente para que el expresidente Slobodan Milósevic no salga nunca de la cárcel.
El paradisíaco balneario montenegrino de Sveti Stefan, en la costa del Adriático, fue en 1992 el escenario de un episodio surrealista, comparable con los creados por Woody Allen. Mientras algunos soldados yugoslavos disfrutaban de su permiso tomando el sol en la playa, un centenar de corresponsales de guerra abandonó por un día el cercano frente de Bosnia para cubrir la primera aparición pública de Fischer desde 1972, cuando fue destituido como campeón del mundo por la Federación Internacional (FIDE). Tras destronar a Spasski, Fischer se negó en 1975 a defender el título contra Anatoli Károv por desavenencias con la FIDE.
Ambos volvían a enfrentarse en Sveti Stefan veinte años después, y el artífice de todo ese montaje era Vasílievich, siempre rodeado por un ejército de rudos guardaespaldas armados, antiguos boxeadores en su mayoría. Durante esa conferencia de prensa, el 2 de septiembre, Fischer escupió sobre un documento del Departamento del Tesoro de EEUU en el que se le conminaba a no disputar el duelo para no violar el embargo internacional contra Serbia y Montenegro. Los premios sumaban unos 500 millones de pesetas; de ellos, un 60% para el ganador.
Una vez más, el ajedrez de élite era un instrumento al servicio de la política, pero ahora con tintes mafiosos. Pocos personajes fascinantes eran tan adecuados como Fischer para que se hablase de Yugoslavia por algo distinto a los horrores de la guerra. La jugada de Vasílievich parecía magistral: dos meses de ajedrez (la segunda parte del duelo se jugó en Belgrado) con cobertura mundial. Pero sus modales eran barriobajeros: pretendió, sin éxito, censurar todas las crónicas de los periodistas antes de que fueran enviadas.
Pronto se descubrió cuál era su segundo objetivo publicitario: promover la imagen de su banco, el Yugoskandik, que pagaba un 10% de interés mensual por los depósitos de divisas; con los beneficios, Vasílievich controlaba una buena parte del mercado negro y violaba el embargo importando gasolina y otros productos en cantidades enormes, según reconocía él mismo, muy ufano. Y el ambiente pasó de Woody Allen a Al Capone: dos automóviles Mercedes de su propiedad, aparcados a cinco metros del Hotel Intercontinental de Belgrado, fueron quemados por no se sabe quién, a pesar del impresionante despliegue de seriedad que le rodeaba; poco antes, parte de la prensa yugoslava le había relacionado con el asesinato de un mafioso de 21 años, Alexándar Knézevic; él lo negó tajantemente.
Vasílievich habló con EL PAÍS al final del duelo, que Fischer ganó. Con voz compungida, ojeras profundas y semblante demacrado, rodeado por sus matones, mostraba dotes de una estrella de Hollywood, y sus palabras causaban asombro: “Los comunistas mataron a mi abuelo, me encarcelaron durante 23 meses por expresar mis ideas y me motivaron para lanzar un cóctel Molótov en Nueva York, durante una visita del mariscal Tito [presidente de Yugoslavia desde 1945 hasta 1980]. Voy a enviar a mi familia al extranjero, pero yo me quedaré para luchar contra Milósevic, incluso militarmente”. Un día más tarde, el enviado especial de este diario vio cómo la esposa y los hijos de Vasílievich embarcaban en un vuelo a Sicilia desde el aeropuerto de Budapest, donde Fischer se estableció tras enviar parte de su premio millonario a Suiza de manera clandestina.
Poco después, el magnate provocó la quiebra de su banco, privó de sus ahorros a miles de inversores y desapareció. Según la agencia Associated Press, ni la policía ni el Departamento de Inmigración chipriota conocían la presencia de Vasílievich en su territorio durante ocho años. ¿Por qué ha vuelto a Belgrado? Tal vez porque Chipre acaba de adherirse a un tratado de la Unión Europea para la persecución y extradición de criminales. O quizá porque confiaba en que una de sus caretas –la de luchador contra Milósevic- sería suficiente para que la justicia yugoslava le ignorase.
Mientras tanto, Fischer, perseguido por las autoridades de su país, ha desaparecido de Budapest justo cuando la entrada de Hungría en la Unión Europea parece inminente. De los tres grandes protagonistas del duelo de Sveti Stefan, sólo Spasski vive apaciblemente, como un respetable ciudadano francés.
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