Lenguas
En una de sus películas de mayor altura política, Bananas, Woody Allen incluye una escena en la que se adivina la influencia de Feuerbach y Engels. Los guerrilleros caribeños, todos idénticos a Fidel Castro, toman el poder en la isla. La revolución ha triunfado y el jefe sube a la tribuna para largar su primer discurso. Lo comienza diciendo que la dictadura ha sido derrotada y etcétera, etcétera. Luego añade: 'La primera medida que toma la revolución victoriosa para la felicidad del pueblo es la siguiente: a partir de mañana todo el mundo hablará en sueco'. El pueblo aplaude, enardecido y emocionado.
No es necesario (aunque sí conveniente) tener el considerable cerebro de Woody Allen, ni siquiera el de Max Weber, para reconocer una ley universal de la jungla humana. En todos los países, naciones, pueblos y hordas, se habla la lengua del que manda. Y es muy fácil saber quién manda en cada lugar, basta con averiguar cuál es la lengua oficial. En la Praga de Kafka se hablaba alemán, y en la Argelia de Camus se hablaba francés. Toda lengua oficial es siempre una imposición del mando.
Luego, con el tiempo, pueden pasar cosas raras. Los colonizados irlandeses hablan la lengua del colonizador y ni siquiera al IRA se le ha pasado por la cabeza imponer el gaélico a la población irlandesa. Saldría por un ojo de la cara, y el inglés tiene sus ventajillas. Eso en Europa, pero en África muchas naciones hablan francés y de ese modo las distintas tribus se entienden perfectamente a la hora de intercambiar boniatos, armas y diamantes.
De manera que las discusiones sobre la 'violencia' de las lenguas tienen un alto interés filosófico, pero son relativamente inanes. Se habla de lo que el poder dice que hay que hablar. Bien es cierto que quienes mandan tienen en su mano dejar que la gente haga lo que le dé la gana, o bien obligarles a llevar barba. Todo depende del buen ánimo y magnanimidad de corazón de quienes mandan. Franco, por ejemplo, carecía de ambas virtudes, tenía un ánimo mezquino y el corazón como una pasa de Corinto. Pero, eso sí, cuando impuso el castellano, mandaba un huevo. Quienes mandan ahora, aquí y allá, mandan menos, pero la ley de la jungla humana no ha cambiado ni un ápice.
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