Una estación para Bravo Murillo
'¡Qué bien los nombres ponía / quien puso Sierra Morena / a esta serranía!'. Así, de forma tan precisa y sencilla, nos dejó escrito Antonio Machado uno de sus apuntes para lo que él llamaba geografía emotiva de España.
No tienen ese don los que en los últimos tiempos han elegido los nombres de las estaciones del metro de Madrid. Basta para comprobarlo repasar el nomenclátor de las recientemente inauguradas, en las que, aplicando la máxima de Ortega, no ha habido ni precisión ni literatura aunque, lamentablemente, no se ha cumplido la tercera petición: la de callarse, porque una de las inevitables funciones de los políticos es hablar. En este caso, tal vez habría que haber elegido, como alternativa, dar la oportunidad a los propios ciudadanos de los barrios por los que iban a pasar esas líneas para elegir el nombre de las estaciones. Es seguro que, al menos, no se producirían las imprecisiones en la designación de los lugares de ubicación de las mismas y, probablemente, habría habido más imaginación honrando la memoria de algún personaje que haya contribuido a la cultura o al progreso de la ciudad.
Este año se celebra precisamente el 150º aniversario de dos acontecimientos fundamentales para Madrid. Me refiero a la inauguración del primer ferrocarril de Madrid, el de Aranjuez, y a la aprobación del proyecto para construir el Canal de Isabel II, ambos realizados por el Gobierno de Juan Bravo Murillo (enero 1851-diciembre 1852).
Bien es verdad que este político extremeño tiene a su nombre una de las calles más largas de Madrid y una estatua que le levantó el Ayuntamiento. Pero, como contraste, la Comunidad, que tan orgullosa se siente con las decenas de kilómetros de Metro que está construyendo, no ha tenido la sensibilidad suficiente para honrar la memoria de Bravo Murillo, que trajo el primer ferrocarril a Madrid y tanto hizo para fomentar este medio de transporte. Y la mejor forma de hacerlo habría sido dar su nombre a una de esas estaciones inauguradas. Hay ocasión de rectificar y el momento más adecuado es precisamente ahora que van a celebrarse los fastos por otra de sus obras: la del Canal de Isabel II. La tarea es fácil y poco costosa.
Basta sustituir el nombre que ahora lleva la estación de Canal, que nada dice, poniendo el de Bravo Murillo en el lugar preciso, ya que estaría justamente debajo de la calle que lleva su nombre y de la estatua que lo recuerda.
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