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'Ex illis' y soldadesca

'De ex illis es', le gritan al furrier que acaba de entrar a donde tiene lugar la representación quienes asisten a ella. De ellos es, o sea, judío, pues era eso lo que quería significar ese latinajo, y no podía ser otra cosa quien no veía lo que ellos sí estaban presenciando. La escena es conocida y pertenece al Retablo de las maravillas, de Cervantes. En lo esencial, el entremés cervantino representa el poder del prejuicio social y el miedo sobre la imaginación, y en ella, una compañía de títeres ofrece una serie de escenas que las puede ver todo el mundo, excepto quien 'tenga alguna raza de confeso o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio'. Naturalmente, el retablo está vacío, pero ninguno de los espectadores quiere dejar sospecha alguna de bastardía o de sangre mezclada, de manera que no sólo ven lo no representado, sino que lo viven como real, tal es la fuerza de la imaginación cuando se trata de evitar el oprobio. Nadie quiere ser 'de ex illis', y quien nada ve, como le ocurre al gobernador, calla e interioriza la sospecha. La aparición final del furrier desencadena una explosión catártica, pues no hay mejor manera de demostrar que no se es 'de ellos' que atribuyendo con estrépito a alguien esa condición.

Furrieles en Euskadi los ha habido y los debe de seguir habiendo. De hecho, si tomamos el término como expresión metonímica de la milicia en sentido amplio, ellos fueron los primeros 'ex illis', la primera manifestación de lo que no se debía ser en esta tierra. Su aniquilación, junto a la de personas que entraban en su ámbito por contagio -el chivato-, tenía también esa función de asegurar la pertenencia a los más por señalamiento ostensible de los menos. Pero la aceptación por parte de los más -y la hubo- del asesinato de los excluidos, propiciaba ya la instalación de un retablo que no dejaría de producir imágenes que habrían de ser aceptadas si no se quería pertenecer al ámbito de los 'de ex illis'. La imaginación hacía el resto hasta extremos patéticos con los que hemos convivido, no como si fueran lo más natural del mundo, sino lo único natural. Quien no veía nada, también aquí interiorizaba la sospecha y callaba. Ejemplos sobran de ello, desde la asunción extraviada de un etnismo, megalómano, hasta la más moderada aceptación de un lenguaje elusivo como marca de corrección, pasando por la ridícula aceptación como única lengua materna de una lengua que el hablante no había hablado jamás porque tampoco lo había hecho su familia.

La interiorización de la necesidad de la exclusión, del ámbito de los 'de ex illis', pone en marcha, sin embargo, una máquina imparable que no asegura la correcta ubicación de nadie. Mucho menos si ésta se decide por aniquilación, es decir, si es el crimen el que determina el ámbito de los excluidos. Y aquí entran ya en acción, no los furrieles, sino la soldadesca de mi título. Es ésta, es decir, ETA, la que desde un principio -fueran cuales fueran sus intenciones originarias- ha definido los ámbitos de corrección y ha propiciado la constitución de una sociedad que ha ido conformando sus deseos a partir de la aceptación vigilada del círculo de los 'ex illis'. En este sentido, la sociedad vasca posfranquista ha sido una sociedad tutelada por el terror, una sociedad secuestrada, por más que se buscaran disculpas para ello en situaciones de opresión cuya desaparición paulatina no ha ido rebajando las exigencias de corrección, sino que las ha incrementado. Paralelamente a este incremento, se ha ampliado también el círculo de los perseguidos, de forma que al furriel originario se le han incorporado sectores diversos de la sociedad en una sucesión que aún no ha finalizado. Podríamos afirmar que la sociedad vasca actual está conformada por 'ex illis' y soldadesca. Es la necesidad vigilada de no formar parte de los primeros la que determina su dinámica.

Desde esta perspectiva, resulta cuando menos discutible afirmar como definitivos -en el sentido de irreversibles- los deseos manifestados hasta ahora por los vascos, o dar por buenos los resultados derivados de consensos recientes. Y lo es, porque reflejan en gran medida los deseos de una parte importante de la población de 'no ser' de los 'de ex illis' y tendrán que ser confrontados por una efectiva y libre disposición de los mismos a 'ser' vascos. Para ello, la sociedad vasca debe pasar de una dinámica tutelada a una dinámica liberada, tránsito que no tiene, sin embargo, por qué romper con esos consensos previos. Por secuestrada que haya estado la sociedad vasca, o por elevado que haya sido el grado de cesión al que se ha visto obligada por la amenaza de la exclusión, lo cierto es que la formalidad democrática, aunque limitada en la práctica, ha permitido contrastar proyectos, y, lo que es más importante, la propia extensión de la amenaza ha generado una dinámica de encuentro que ha contribuido a salvar las reticencias que pudo haber en algunos sectores hacia esos acuerdos básicos, como pudo serlo el Estatuto de autonomía. Es en éste donde debe residir ese punto de partida de la regeneración democrática, único lugar de encuentro posible para todas las fuerzas políticas que rechazan una sociedad fundada en la necesidad de un ámbito de exclusión que determine su cohesión y su desarrollo. Fijar este objetivo como prioritario significa ya de por sí establecer las bases para un cambio democrático en la sociedad vasca, pues significa romper con los presupuestos que hasta ahora habían determinado su evolución.

Naturalmente que, en principio, este acuerdo para el cambio debiera de estar abierto a todas las fuerzas políticas en disposición de aceptar su premisa: el Estatuto de autonomía es el único lugar de encuentro que puede constituirse en base de partida para romper el acoso de exclusión criminal que atenaza a la sociedad vasca, y que le es estructural. No obstante, las mejores intenciones no debieran impedir que viéramos las limitaciones reales que hoy puede encontrar ese acuerdo amplio. Si dejamos a un lado lo quimérico, como la posibilidad de incorporar al mismo a una fuerza como EH, que hace de la exclusión su razón de ser, los problemas tampoco desaparecen si nos centramos en los partidos nacionalistas moderados, cuya incorporación sí podría ser presumible y, desde luego, deseable. Pues no basta con invocar a la transversalidad -gobiernos mixtos de nacionalistas y no nacionalistas- o con clamar, como hace lbarretxe, por una necesidad de entendimiento entre fuerzas de ambas naturalezas, para dejar el terreno de lo patético y entrar en el terreno de lo efectivo. No, los florones ideológicos -pluralidad, mestizaje, transversalidad- ya no sirven si no respondemos a estas tres preguntas: ¿contra qué nos unimos?, ¿para qué nos unimos?, ¿cómo hacemos efectivo el objetivo de esa unión?

El problema de la exclusión, que yo considero estructural, es tan prioritario en Euskadi que la distinción entre nacionalistas y no nacionalistas debiera dejar de ser constitutiva y pasar a segundo plano. Lo que es constitutivo hoy entre nosotros es esta concepción critica que guía el cambio democrático, a saber, no puede ser democrática una sociedad que necesita de la existencia de un ámbito de exclusión como pretexto para su desarrollo, que necesita de los 'de ex ellis' para generar los deseos de su ciudadanía. La aceptación o rechazo de esta situación es la que debiera servir de línea divisoria para emprender la regeneración democrática del País Vasco, y no la está rechazando, por más que gimotee, aquella fuerza política que abandona el consenso con los excluidos y propone un programa que, alejándolo de aquéllos, coincide con los requisitos que sirven, hoy por hoy, para constituirlos como bando de los 'de ex illis' o bando de las víctimas. El programa soberanista de PNV y EA, planteado hoy, no sirve para eliminar la exclusión estructural, sino para consolidarla. Y de poco servirá aparcarlo coyunturalmente por la necesidad de configurar un Gobierno si puede ser utilizado a conveniencia, rompiendo de esa forma, al actualizar la diferencia que marca a los excluidos, el objetivo prioritario de la regeneración democrática en Euskadi. Sólo una renuncia oficial a defender su programa soberanista hasta que haya sido eliminada la soldadesca que garantiza la exclusión podría hacer viable la inclusión de PNV y EA en un Gobierno para el cambio, pues sólo entonces su pretensión sería legítimamente democrática. En el retablo de nuestras maravillas, las imágenes fascinantes que requieren para su aceptación la existencia amenazada de un círculo de 'ex illis' no deben ser admitidas. El soberanismo, hoy, es una de ellas. Venderla hoy como democrática sólo sirve para consolidar a la soldadesca y el desastre.

Luis Daniel Izpizua es escritor.

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