El hombre, como el oso...
EMPIEZO A ser importante. Lo noto. Ya me llaman para formar parte de jurados. Bien es cierto que no para el jurado del Premio Nacional de Literatura, cuya reunión se celebra ya, ni para el de los Caballeros del Rey de Redonda, su majestad Javier Marías, que le ha otorgado el premio muy merecidamente al ya recién nombrado duque de Deshonra, el escritor surafricano Coetzee. Ahí tengo esperando en mi mesilla de noche el libro Disgrace, de Coetzee, que aquí en España ha sido traducido como Desgracia, aunque Deshonra sea lo más acertado. Éste es el reino de la traducción libre. Leo, por ejemplo, que anuncian en Canal Plus la película X Follera mayor ¿Cómo se llamaría en su versión original? ¿The big fucking?. Digo que me estoy haciendo un nombre y una posición porque me llamaron la tribu de los Osos de Madrid (homosexuales grandes y peludos, entrados en carnes) para ser jurado del primer Rey Oso del Estado Español. Y allí que me fui el domingo por la noche, solateras, dejándome a mi santo y a los niños en casa, tirándome a la discoteca long Play, que tiene una decoración que me retrotrae a la época de Marisa Medina, yo como una perdida sin posibilidad de perderme, porque el local estaba lleno de hombres grandes, sí, con considerables dosis de testosterona, sí, oseznos de bosques, sí, pero con tendencias sexuales que hacían irrelevante a mi persona. Me vi en el centro de la pista, aferrada a mi bolso, esperando a que empezara el concurso, viendo como aquellos mastodónticos gay se quitaban la camiseta al ritmo de esa música que tienen las discotecas. ¡Ah!, qué nostalgia me entró de Gloria Gaynor... Me sentí un poco como el burro de El Coloso de Goya, que ya no es de Goya. Por fin mi nombre sonó por los altavoces y los grandullones me abrieron paso para que ocupara mi lugar como jurado. La que hacía labores de presidenta era Olvido, icono de los Osos del Estado. Un teórico gay me decía a gritos, porque allí no había otra forma de hablar, que él pensaba que era un error de concepto que en aquel jurado se hubiera permitido la presencia de mujeres porque sólo deberían haber sido solamente gay gordos. O sea, practicantes; me dijo del sexo alternativo: '´¿Qué podéis hacer tú o tu santo', me preguntaba aquel inesperado ortodoxo, tan heterosexual, 'de este movimiento del sexo alternativo?'.
A mí, teorizar sobre el sexo me parece siempre tedioso, a no ser, claro,aquello de la doctora Ochoa, con su imperturbable sonrisa, hablando en televisión de la ingesta de semen, que tenía su morbo, pero ya teorizar a gritos en una discoteca me resulta, como diría Bicoca, para morirse en la bañera. En fin, a pesar de que siempre hay teóricos de la psicología gay, o feminista, o étnica, que defienden el mundo dividido en cachos y sienten el chauvinismo de la diferencia, yo hice de jurado con sumo rigor. No me gustaría que hubiera comentarios, como los que ha habido con el premio Primavera, de que si iba a ser una y luego fue otra. Éste era un premio serio. Los concursantes desfilaron ante nuestros ojos, y al ritmo de la música se bajaron los calzoncillos y mostraron unos tangas que se metían entre los dos cachetes de unos culos grandes y peludos. Si bien no hubo ningún desnudo integral, ya el tanga en sí fue una experiencia estética que me gustaría repetir.
A pesar de no ser lesbiana, sentí la enorme sensualidad de los desnudos femeninos de la exposición de Ramón Casas, y a pesar de no ser un hombre entendí que mi santo se quedara hipnotizado contemplando esas jóvenes despeinadas y adormecidas que Casas pinta en el suelo. '¡Cuanto le gustaban a ese hombre las mujeres!', murmuró mi santo, y se quedó con una sonrisa que venía a decir: 'Como a mí', pero no lo dijo porque es un caballero. Dos hombre que veían el mismo cuadro estaban extasiados y, a pesar de no ser heterosexuales (no paraban de besarse), señalaban las preciosas curvas del pecho y las caderas de la joven que el pintor catalán dibujó entre pétalos de una flor deshojada.
A pesar de no ser ex yugoslava, ni croata, ni bosnia, me estremeció de tal manera la película Las flores de Harrison que me costó un montón conciliar el sueño. No deja de asombrarme que una de las películas de guerra en la que mejor está expresado el terror de la población civil ante la brutalidad del Ejército de un pueblo que se cree superior y que ha decidido llevar a cabo una limpieza étnica (¿existen las etnias?) no se llevara en el festival de San Sebastián, precisamente en San Sebastián, precisamente en San Sebastián, nada más que el premio a la mejor fotografía. Alucinante.
Y a pesar de que no soy cronista del corazón, aunque ¿quién no lleva hoy en día un cronista del corazón?, me voy con mi santo y los niños al Come Prima, restaurante que ha quedado ya santificado por la presencia esta Semana Santa de Eva Sannum. Allí les explico a nuestros adolescentes que los reyes no la quieren, pero que dicen que el Príncipe se saldrá con la suya porque está muy enamorado. Arturo, hijo de mi santo, piensa en voz alta: 'No me extraña'. Porque, a pesar de no ser príncipe, a la hora de juzgar a Eva Sannum se siente completamente identificado con Don Felipe. Es más, creo que mira el menú como si contuviera algún secreto, pensando: '¿Qué espaguetis se debió pedir ella?'
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