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FERIA DE ABRIL | LA LIDIA

Finito se desmelena

Se desmelenó Finito de Córdoba; sorpresa sorpresa. De esta guisa: se quitó de encima la galvana, le perdió el respeto a uno de sus toros, se guardó en el chaleco las ventatajas y los trucos que solía utilizar últimamente e hizo el toreo.

Hacer el toreo: se dice pronto.

El toreo de parar, templar y mandar; el de hondura y templanza: eso hizo Finito de Córdoba sobre el albero de la Maestranza. Y lo interpretó como los ángeles.

No fue un toreo de salón; el que se lleva con los borregos inofensivos, pese a que la corrida de Victoriano del Río (marca acreditada de borreguez), salió fofa, tullida y borrega. Porque el toro al que aplicó el toreo bueno constituía la excepción. Un toro que resultó ser, sorprendentemente, poderoso y bravo.

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Corridas descastadas

La primera vara que tomó el toro fue de las que hacen honor a la fiesta y crean afición. Se arrancó como una bala, metió la cabezada fija bajo el peto, apretó los riñones y se llevó al caballo medio en volandas hasta las tablas, donde lo derribó. Y allí siguió embistiendo, crecido al castigo, pues el picador, aún agarrado a la montura pese a la caída, seguía picando.

Los primeros compases de la faena de Finito carecieron de relieve quizá porque aún no había asumido la encastada nobleza que el toro desarrolló hasta su muerte. Pero, de repente, cuajó un derechazo magnífico; tomada con la izquierda la muleta, se serenó en unos aseados naturales. Cambió de mano y vinieron redondos de extraordinaria suavidad. Volvió a los naturales y los recreó hondos y bellos, abrochados mediante sensacionales pases de pecho seguidos de trincherillas y adornos pletóricos de torería. Una estocada defectuosa tumbó al bravo toro y vino a las manos de Finito la oreja, que pidió el público por aclamación.

Tampoco es que Finito realizara un esfuerzo sobrehumano. Le bastó desmelenarse, recuperar la confianza en sí mismo, tomar conciencia de que es un torero de clase especial y lo que necesitaba era demostrarlo. No vivir del recuerdo. El movimiento se demuestra andando y el arte de torear, toreando.

Al borrego que le correspondió en primer lugar le hizo Finito todo lo contrario. Desconfiado, destemplado, como aburrido e inepto, tiró derechazos malísimos corriendo, un ensayo de naturales se perdió en múltiples enganchones, volvió a los derechazos metiendo pico y hubo de oír música de viento.

Los compañeros de terna no se crea que estuvieron mucho mejor. Se trataba de Joselito y Manuel Caballero, que dieron la tarde a la sufrida ambición. Manejando mal la capa ambos sin pasar de la técnica del pasa-torito, las suertes de muleta les salieron peor.

Joselito iba de pausado maestro y en realidad dio la sensación de ser un plúmbeo pegapases. Premioso y desangelado, se dio a un toreo de corto recorrido, nula hondura y escaso temple embarcando fuera cacho. Y, además, monótono e interminable, recurriendo al viejo recurso de suplir la calidad con cantidad.

Y Manuel Caballero, según quedó dicho, poco más o menos. Enfrascado en la vulgaridad más espantosa, le dio pases malísimos a su primer borrego y desaprovechó el pastueño ejemplar que salió sexto. A éste le logró sacar una tanda de derechazos de aseada factura y con tan fastuo motivo la banda se puso a tocar el pasodoble. Claro que el propio público la mandaba callar pues Caballero volvió enseguida a sus mediocridades, que incluían embarcar llevando la mano alta y rematar por encima, sin gusto ni reunión.

Eso sí, gritando. Las dos faenas se las gritó Caballero a sus toros empleando un vocabulario incomprensible. Decía -según nota puntual que tomamos en el lugar de los hechos-, por ejemplo: "Eh, ah, aj, aitú-aitú, ay, juó, ujá, aitó, etué, orj, orj, ooorj, jiá...", todo ello a voz en grito y sin solución de continuidad. Se le oía desde la calle y quizá dejara al toro sordo, mas no se le entendía nada, nada, nada. Con lo fácil que es -en Finito tuvo la muestra- parar, templar y mandar, a la chita callando.

El quinto toro, que tuvo bravura y nobleza, derriba en la primera vara.
El quinto toro, que tuvo bravura y nobleza, derriba en la primera vara.JUAN CARLOS CAZALLA
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