Cuando seas padre...
En la familia andaluza el padre ha sido una figura transeúnte. Estaba pero no estaba. Frente al sedentarismo materno, que llenaba la casa por completo, el padre era una referencia continua en la boca de la madre. Pero una referencia distante, una instancia a la que se recurría en último lugar, cuando no había más remedio. Entraba y salía. Cuando se le ocurría por un casual aposentarse algo más de lo acostumbrado, la situación era tan forzada que las mujeres lo alejaban con cualquier excusa. Por ejemplo: les estorbaba para limpiar.
Ese estar fuera de casa no tasado, los niños lo fuimos percibiendo con la edad como una prerrogativa de los varones. Luego, lo reivindicaron las mujeres como un derecho casi inherente al salario laboral. Las libertades del padre fueron en nuestra imaginación infantil, un paraíso prometido en el que entraríamos con la edad. Ese entrar y salir sin que le pidieran cuenta, junto a otras supuestas libertades que, envueltas en el encanto de la distancia nos parecían tan lejanas, nos alimentaban un modelo de libertad estupenda, gratuita, irracional. Una libertad para la que no había que dar más razones que la de ser padre.
Mientras nuestros problemas cotidianos los resolvía la madre, aguardábamos secretamente, con vehemencia, que nos tocara ser padres. Aspirábamos a no tener que resolver en el futuro los problemas de nadie, a dejar en manos de las mujeres esos engorros de los niños, las comidas, la compra, la limpieza... Cuando aquella espera impaciente por ser padre, la examina uno ahora, cuando ya lo es, la sensación es inquietante. O ser padre no era lo que parecía, o nos lo han cambiado por el camino.
Es muy probable que las dos cosas sean ciertas. Nunca tuvimos acceso a las miserias ni a las angustias de aquel personaje transeúnte. No estaba en su papel quejarse ni contárnoslas. Eso 'eran cosas de mujeres'. Nunca sospechamos que detrás de aquella deslumbrante libertad de entrar y salir pudiera esconderse inconveniente alguno. Tampoco sospechamos entonces que las mujeres en vez de echarnos para limpiar, terminarían pidiéndonos que nos quedáramos en casa para echar una mano en la cocina, para cuidar a los niños o, cómo no, para salir ellas por fin de casa.
Las trampas que la familia andaluza ha puesto a los varones, son de una sofisticación que no tiene nada que envidiar a la supeditación retorcida que ha inculcado en las mujeres. Posiblemente, ser padre no ha sido nunca lo mismo. Mientras lo vamos a ser, nos lo cambian. El sino de ser padre no parece ser otro que el de no ser lo que uno espera ser.
Por los carnavales de los 80, 'Los caballitos que suben y bajan' sacan a una maruja que aterriza en casa tras vaciar el monedero en las maquinitas: 'y cuando llega el marío / le dice con gracia, / vete friendo los huevos'. Por aquí se nos decía a los impacientes: 'Cuando seas padre, comerás huevos'. Luego hemos visto que por lo menos tenemos que freírnoslos.
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