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Columna
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Ahorrarse el viaje

Hace cincuenta años, a lo mejor un domingo como éste o parecido a éste, el pensador austríaco Ludwig Wittgenstein agonizaba en Cambridge. Hoy se cumple el primer medio siglo de su muerte. Además de un sobrino que otro austríaco, el genial y molesto Thomas Bernhard, hizo célebre en una novela, Wittgenstein nos legó un monumento filosófico con un extraño título en latín y un sobrecogedor diario íntimo donde, entre otras cosas, dejó escrito: 'Desearía ser un hombre mejor y tener una mente mejor. En realidad estas cosas son una y la misma'.

Muchas veces he oído a mujeres y hombres reconocer y lamentar su falta de estatura, de belleza o de gracia, pero nunca he encontrado a alguien que echase en falta una mente algo más elevada o un pensamiento un poco más profundo

. Todos, al parecer, estamos encantados con nuestros pobres cráneos amueblados en el saldo de Ikea, como el chalé catódico de Mercedes Milá y el Gran Hermano. Nadie está satisfecho, sin embargo, con su cuenta corriente. Es natural.

Entre la inteligencia de un filósofo como el enorme Wittgenstein y el patrimonio de un magnate como Dennis Tito, conocido también como 'el turista espacial', la elección no parece ofrecer grandes dudas para la mayoría de los mortales.

Dennis Tito, que ahora mismo ya está en las nubes o más bien más allá de ellas, ha cumplido su viejo deseo de abandonar la tierra por el módico precio de 3.700 millones de pesetas. Quería llegar alto y, en efecto, se encuentra en la Estación Espacial Internacional.

El señor Dennis Tito, que sin duda es un hombre de miras elevadas, no añora, como Wittgenstein, una mente mejor, sino un punto de vista diferente desde el que contemplar sus posesiones. A lo mejor comprende, gracias a su excelente perspectiva, que somos poco más que el eslabón perdido entre el mono y el hombre y que, leyendo a Ludwig Wittgenstein, se podría haber ahorrado tanto viaje.

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