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CARTAS AL DIRECTOR
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

San Giovanni Matamoros

Resulta bastante cínico recurrir a la manoseada metáfora popperiana de la 'sociedad abierta' para reformular el viejo grito de 'Santiago y cierra España'. El profesor Giovanni Sartori, viejo conocido de la intelectualidad progresista española, se destapa ahora advirtiéndonos frente al peligro de una inmigración supuestamente inasimilable, en su esencia musulmana (confróntese La sociedad multiétnica y su entrevista en EL PAÍS). Un diputado del Partido Popular, el señor José Manuel Romay, se suma rápidamente a esas 'valientes' críticas para terminar mentándonos a Hitler y la ablación del clítoris (Cartas al Director, 18-4). Que se sepa, sin embargo, los inmigrantes en España y en Italia, incluidos los musulmanes, sólo están pidiendo que se les permita acceder con igualdad de derechos a los bienes de una modernidad económica y política que nuestras sociedades supuestamente representan. Justamente lo que les niega ese monumento a la integración que es la Ley española de Extranjería.

Las diferencias culturales son relevantes a la hora de diseñar unas políticas de integración social que, hoy por hoy, son en nuestro país prácticamente inexistentes. Por el contrario, esas diferencias son esgrimidas como un arma recíprocamente excluyente cuando se producen disfunciones en la integración social: barriadas marginales de inmigrantes, infraclases de base étnica, una segunda generación mal escolarizada, etcétera. En lugar de asustarnos con sus fantasías sobre el 'moro malo', el profesor Sartori y los correligionarios del señor Romay podrían invertir sus energías en pensar las estrategias de integración que necesitamos. No esperarán que todo lo haga el mercado.

Les recuerdo que también en su día los inmigrantes de países católicos subdesarrollados (españoles, italianos, irlandeses y polacos por más señas) fueron vistos con desconfianza desde las prósperas sociedades protestantes por sus valores 'papistas', abultada prole y propensión a los excesos vitales. Nada como un pequeño aumento en la renta per cápita para olvidar nuestro propio pasado.

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