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Una oreja para Víctor Puerto

Víctor Puerto cortó la primera oreja de la feria. El dato es significativo pues van cinco funciones y nadie había cortado oreja alguna.

Para ser exactos: las funciones celebradas son seis. Sólo que una de ellas fue rejoneo y aunque hubo orejas cuatro para Pablo Hermoso de Mendoza, no cuenta. Lo que cuenta en los balances serios de la tauromaquia eterna son las corridas de lidia ordinaria.

Lo de lidia ordinaria se dice con propiedad y sin ánimo de ofender. Lidia ordinaria es como se llaman técnicamente los festejos con espadas a pie y picadores a caballo. Claro que si nos atenemos a la verdad de la vida y a lo que está sucediendo en la Maestranza vale la otra acepción, pues las corridas de la feria sevillana -sus toros, su toreo- están siendo una ordinariez.

La de la oreja primera también. La corrida de la oreja primera, hasta que llegó la tal oreja, fue, efectivamente, una ordinariez. Uno precisaria que fue sobre todo una tomadura de pelo, el fraude institucionalizado, el truco del almendruco.

Los taurinos han conseguido que las corridas de toros constituyan un fraude permanente. Anunciando en los carteles que son corridas de toros, poniendo unos precios de escándalo y surtiéndoles el pesebre a los trincones, contratan a unos aburridos pegapases, les sueltan un ganado podrido, camelan a los políticos para garantizarse la impunidad, y con estas artimañas se están forrando.

Impresentable por chica, por anovillada, por inválida, por aburrida salió la corrida de Torrestrella que tocaba, y como ahora, en la Maestranza, los aficionados caben en dos metros cuadrados, en tanto llevan la voz cantante unos cursis insoportables constituido en custodios del arca de los tópicos, y la mayoría del público no conoce la lidia, ni se entera de lo que sucede y además la fiesta le trae sin cuidado, ese sucedáneo de corrida iba tirando adelante, entre vulgaridades y bostezos.

Toreaban El Cordobés, Víctor Puerto y Dávila Miura a sus primeros toros y podía oírse el vuelo de una mosca. No sé... quizá lo que se oía era el vuelo del moscardón ya que aquel faenar adocenado de los coletudos, aquellas embestidas a trompicones, aquellos batacazos de los tronados toros, que parecían drogadictos, estaban dando por saco.

Derechazos horrendos pegó El Cordobés; malos Dávila Miura, y Víctor Puerto insustanciales a lo largo de una faena reiterativa y sin fundamento desarrollada en medio de un silencio sepulcral, que acabó con un desairado desarme. Sin embargo salió Puerto zarandeado de la estocada y el público reaccionó dándole una ovación.

Puede que la ovación -o el zarandeo, quién sabe- sirviera de estímulo a Víctor Puerto porque tras un breve paso por la enfermería, donde le apreciaron una contusión sin importancia, pareció trasmutarse en otro torero.

Torero animoso e inspirado era Víctor Puerto al reaparecer. Y cuando entró en turno para lidiar un toro cobardón en varas aunque dotado de casta brava, realizó una faena de irreprochable construcción, pletórica de torería.

Lo menos tres minutos estuvo porfiando Víctor Puerto al toro para que se arrancara y darle el pase cambiado por la espalda que preludiaba la faena. Y vino luego lo mejor: dos tandas de redondos muy bien ligados, con variados remates a base de pases de pecho y trincherillas. Achuchado en un intento de natural, resolvió el peligro mediante una fastuosa teoría de muletazos de recurso, incluidos ayudados a una y dos manos rodilla en tierra. Y volvió a los derechazos, aunque ahora ya con menos sabor. Cobró una estocada y se ganó la oreja

Víctor Puerto enceló al toro renuente y constituyó estimable mérito. Al verlo, se produjo la sensación de que entraba en la plaza el gustoso frescor de una brisa torera. Falta hacía porque antes se había producido un fregoteo derechacista de El Cordobés. Toreo malo donde los haya, trapacero y espeso, lo que no impidió que le aplaudieran con ganas. Ya se sabe cómo se las gasta el público de la Maestranza.

Al sexto lo toreó por naturales Dávila Miura bastante retorcido, con más voluntad que arte, lo que no le hubiese impedido cortar la segunda oreja de la feria si llega a matar a la primera. Pero mató a la segunda. Y no hubo oreja, ¡mecachis en la mar!.

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