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EL PERSONAJE | La resaca de la jornada | FÚTBOL

La cruzada perdida

Serra Ferrer deja el banquillo sin lograr su sueño de ganar un título

Àngels Piñol

'Ya no puedo hacer nada', dijo Llorenç Serra Ferrer tras la bochornosa derrota en El Sadar; 'sólo trabajar con la misma honestidad y transmitir valentía al equipo'. Fue su último mensaje antes del adiós. El mallorquín ya intuía que tenía las horas contadas. El vuelo de Pamplona a Barcelona retrató el despido: el presidente, Joan Gaspart, se sentó junto al técnico en el avión y en media hora le razonó su despido. Serra Ferrer (Sa Pobla, Mallorca, 1953) pasará a la historia del Barcelona como el hombre que generó tanto consenso el día de su designación como el de su marcha. Algo así como el cabeza de turco de un club que, desde el final del Dream Team, no deja de dar tumbos por el mundo.

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Forjado en el Mallorca y consolidado en el Betis, Serra Ferrer se granjeó una aureola que le llevó al Camp Nou en 1997 justamente después de perder la final de la Copa ante el Barça y cuando Josep Lluís Núñez intentaba reconstruir la escuela holandesa con Louis van Gaal. Así, formó parte del delirante y forzado triunvirato en el que nadie creyó: Van Gaal (técnico), Robson (jefe de fichajes) y Serra Ferrer (jefe de la cantera). Mientras Van Gaal se peleaba con medio mundo, el mallorquín vivió encerrado en un despacho realizando una oscura labor (el filial descendió y no se le conocen descubrimientos) e ignorando a quienes decían que era un tapado de Núñez por si Van Gaal le salía tan rana como Johan Cruyff.

La lógica ganó: Robson se fue en 1998; Van Gaal, en 2000, y Serra Ferrer, que tuvo la complicidad de la grada, eufórica por librarse de los gritos de su antecesor, se erigió en el cómodo relevo de club, que sólo pensó en las urnas y olvidó el césped. Hombre de la casa, no rechistó cuando se fue Figo, no abrió la boca cuando Gaspart le impuso fichajes e ignoró en público las zancadillas de la junta que le aupó. Fue bondadoso con las estrellas, menos con los reservas y, desbordado por el ocaso del legado, se agarró al equipo para sobrevivir y realizar una obstinada cruzada para ganar un título. Pero este vestuario (muchos se van, otros suspiran por la Liga británica y a otros les basta con la ficha, el sol y el golf) no tiene la menor intención de hacerlo y ha caído en la inanición. La voracidad del Barça no tiene límites. Y Serra Ferrer, devorado como todos, como su amigo Cruyff, ha sido una pieza tan fácil que no esconde ni resuelve la gravedad de una crisis de identidad de un club tan desencantado como perdido.

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