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Columna
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Maletas

Se ha dicho que la evolución lógica de toda persona es ser progresista de joven y conservador en la madurez. La selva política de nuestro país está llena de metamorfosis de este tipo y el paradigma quizá sea el ministro de Exteriores, Josep Piqué, un controvertido hombre de negocios que ya ni se acuerda de las noches de café y tabaco en que leía febrilmente el Manifiesto de Marx y soñaba con importar la revolución en estas latitudes. El tiempo todo lo destruye y buena parte de aquella fauna española dejó de ser generosa y hoy vota al Partido Popular o, simplemente, reserva su capacidad de pasión para los éxitos del Real Madrid en la Copa de Europa.

Otros, sin embargo, conservan en sus genes residuos de memoria y a veces nos sorprenden al resucitar levemente algún ademán de pasadas querencias, porque como dice el dicho, quien tuvo, retuvo. Rafael Blasco, el consejero de Bienestar Social de la Generalitat Valenciana, pertenece a este último grupo. Militó en sus años mozos dentro de las filas de la extrema izquierda que buscaba dar el golpe de gracia al agonizante franquismo. Diluyó más tarde su ideología al volverse socialdemócrata cuando se afilió al PSOE bajo las órdenes de Joan Lerma y, una vez que el camaleónico ex presidente le negó el favor de su sonrisa, completó una andadura vital que estaba cantada: hizo las maletas y cruzó la línea fatídica que separa la izquierda de la derecha.

Helo aquí hoy entre oportunistas como Eduardo Zaplana, gente de orden como Alejandro Barona e individuos mucho más siniestros que visten la piel de cordero de la democracia, pero conservan la nostalgia de la dictadura.

Mis lectores saben que Blasco no es precisamente el tipo de personaje que yo suelo apreciar (el sentimiento es mutuo: él ya dejó por escrito en estas páginas que me paga con la misma moneda), pero eso no significa que todas sus acciones oficiales sean criticables o lleven el sello característico de su actual partido y, por eso, cuando se tercia, las defiendo. Es el caso de la Ley de Parejas de Hecho, de la que ya me ocupé en mi anterior columna.

Parecía en un principio que el aparato del Partido Popular funcionó como un reloj al aceptar sin problemas una ley que considera equiparables a los arrejuntados de la farándula y a los matrimonios que se casaron con chaqué, traje blanco de virginidad y bendición de cura. Hubo incluso quien empezó a creer en el espejismo de una derecha comprensiva y abierta que no duda ya en romper moldes y en desairar a elementos tan atávicos de sus votantes como son los jerarcas de la iglesia católica. Esto, sin embargo, no es así: enemistado con Blasco a causa de ese 'desliz' pecaminoso, el cristiano Barona acaba de dimitir de la Dirección General de Familia y Juan Cotino, jefazo de la Policía, rinde ahora tributo al arzobispo de Valencia sometiéndole el texto de una futura Ley de la Familia, con vistas a que no se repitan herejías de este jaez.

¿Cómo acabará el folletín? Quién sabe. La posición de Blasco sigue siendo fuerte y Zaplana lo necesita demasiado para gobernar sin cometer errores, pero no olvidemos que el Molt Honorable carece de sentimientos: si un día las cosas empezaran a ir mal y hubiese que buscar un chivo expiatorio, es posible que Blasco deba hacer de nuevo las maletas.

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