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Columna
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Uno de Mayo

Dentro de ocho días, los dos sindicatos grandes se retratarán juntos en las efemérides del 1 de mayo. Y tras esta cortesía y este homenaje común a la historia, volverá cada cual a lo suyo, que ya no es lo mismo que lo del otro. La desincronía ha sido lamentada por algunos, y celebrada por quienes señalan que la unión sindical postula o presupone una concurrencia de intereses claramente incompatible con la realidad social. De hecho, el comportamiento de los sindicatos ha sido, hasta hace poco, un tanto anómalo. Generalizando mucho, cabe afirmar que el colectivo protegido por la acción sindical se ha ajustado a un patrón bastante preciso. Varones con empleo, y en el centro de esta falange bendita de Dios, una especie más concreta todavía: la de los varones con empleo en una empresa pública. Los jóvenes en busca de su primer trabajo, las mujeres, los parados, han quedado a orillas de los grandes acuerdos laborales.

¿Por qué? Conviene no olvidar una circunstancia de índole organizativa. La implantación de los sindicatos es débil, y éstos se sienten más a gusto resolviendo muchas cosas de una sola tacada que examinando los pleitos laborales caso por caso. De ahí que la negociación colectiva les haya venido de perlas, y si el interlocutor era el Estado, cuyos ensanches económicos son siempre mayores que los del empresario individual más de perlas aún. A ello, y en paralelo, se ha sumado la ideología. La noción de que los intereses del trabajador son transversales e idénticos ayudaba a ocultar las dificultades técnicas anejas a su defensa puntual. Los altos principios y las carencias prácticas se las han compuesto siempre para lograr síntesis ingeniosas, y tal ha venido a ocurrir también en lo que hace a nuestros sindicatos.

Con todo, los tiempos cambian, por debajo de las teorías y las idealizaciones. El divorcio actual entre Comisiones Obreras y la UGT, cuyo punto culminante se alcanzó al negarse la segunda a firmar el acuerdo sobre las pensiones, refleja dos concepciones encontradas de lo que significa defender al trabajador. Comisiones va camino de convertirse en un sindicato profesional y pegado al terreno, en tanto que la UGT parece decidida, provisionalmente al menos, a persistir como sindicato de clase. ¿Lo conseguirá sin quedar fuera de juego?

El arranque no ha sido bueno. En primer lugar, la ocasión no ha estado bien escogida. Es opinión unánime, o casi, que el sistema de pensiones no es sostenible. El superávit actual se debe a factores contingentes, tales como el ciclo favorable o el traslado de partidas importantes de gasto a los Presupuestos del Estado. Pero la demografía, cuyos ciclos son inalterables en plazos que se miden por decenios, y la improbabilidad de que el PIB aumente siempre al ritmo presente auguran tiempos difíciles.

El acuerdo reciente sobre las pensiones es un parche, y el desmarque de la UGT tanto más extraño en consecuencia.Tan extraño que ha provocado disensiones internas y explicaciones por lo común destartaladas. He hablado con alguna gente y lo más que me han sabido decir es que la ruptura se debe quizá a broncas de los socialistas con el Gobierno de Aznar. Ésta, por cierto, es otra señal mala. Hasta hace no mucho, ha imperado en los pagos socialistas la doble militancia: entrar en el partido, suponía afiliarse al sindicato. En términos estrictamente democráticos, la doble militancia constituye un atavismo. Un partido no representa a una clase sino a toda la nación, puesto que alguna vez el partido será Gobierno. Un sindicato, incluso si es un sindicato de clase, representa sin embargo, todo lo más, a eso, a una clase. Confundir las dos vertientes envuelve, por consiguiente, creerse en vísperas de la gran revolución proletaria, en una línea que nos remonta hasta 1848. Por supuesto, esta fantasía ha desaparecido sin residuos del PSOE, y también de la UGT. Pero la niebla persiste a veces, enredada en el boscaje hasta después del mediodía. Y algo de eso podría haber ocurrido en la UGT. De los grandes movimientos de masas, teñidos con el color de la aurora, se ha pasado a reyertas locales con el Gobierno de turno. No es, lo repito, el mejor camino.

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