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'Festina lente'

Cada momento parece tener su cuestión palpitante y la de estos últimos tiempos, en los hipotéticos ambientes del mundo del libro, bien pudiera ser la aparición de nuevos editores. A los que no les satisfaga esa visión tan nuestra de lo apocalíptico trufado de metafísica, versión posmoderna de los católicos golpes de pecho, deben estar observando con curiosidad e interés la renovación que se está produciendo en el mundo de la edición literaria, el surgimiento de nuevas firmas y la consolidación de otras más veteranas, independientes o no, que ésa es una murga que sólo se la cree ya el avispado editor que la propaga y algún que otro crítico y periodista tan complaciente como despistado.

La editorial Crítica cumple 25 años y en ellos ha hecho honor a su nombre (a su empeño por contribuir a la formación de una cultura crítica, en palabras de su director), se ha mantenido vigilante y ha destacado por su rigor y acierto, al proponerle al lector títulos y autores imprescindibles; sobre todo, en campos como la historia (la labor aquí de Josep Fontana es impagable) y la filología. Lo celebra, creo, de la mejor manera posible, anunciando novedades. Y entre ellas dos nuevas colecciones regidas por jóvenes editores formados en Bellaterra: Ares y Mares (no puedo evitar que me recuerde los Lares y penares, de Manuel Andújar), dirigida por Carmen Esteban, y Letras de Humanidad, por Gonzalo Pontón Gijón. El emblema de esta última, el viejo adagio latino festina lente ('apresúrate despacio'), la intensidad y constancia del trabajo intelectual, fue uno de los símbolos del afán intelectual del Renacimiento. En los tiempos que corren no parece del todo innecesaria esta declaración de principios, sobre todo si viene avalada por quien ya ha demostrado ser amante de la precisión, del matiz y de la obra bien hecha. Cuenta Italo Calvino en Rapidez, una de sus Seis propuestas para el próximo milenio, que lo eligió como lema en su juventud, atraído, más que por las palabras o el concepto, por la sugestión del emblema que representa a un cangrejo atrapando a una mariposa. De esta nueva firma ya han aparecido los primeros volúmenes: un ensayo de John W. Burrow sobre el pensamiento europeo en el paso del siglo XIX al XX, La crisis de la razón, y un conjunto de estudios sobre Cervantes de Edward C. Riley, uno de los máximos especialistas en la materia y autor del todavía imprescindible Teoría de la novela en Cervantes.

Pero la guinda con la que se abre la serie es un volumen inédito de Borges, un Arte poética compuesta por seis conferencias que dio en inglés, en Estados Unidos, a mediados de los años sesenta, en las que el escritor argentino se engalana -en palabras de Gimferrer- con la elegancia de un acróbata y la naturalidad de un zahorí para decirnos, por ejemplo, que el poeta volverá a ser un hacedor para cantar y contar una historia, como él mismo hizo en sus mejores versos y cuentos.

Cómo se hace un editor es uno de esos enigmas que están por dilucidar. Hasta no hace mucho tiempo, se llegaba a través de aquella senda llamada vocación, por la más prosaica de la tradición (familiar y empresarial) o por amor a los libros, espíritu aventurero o puro azar, que nunca hay que descartarlo en estas arriesgadas empresas. El oficio se aprendía con la práctica, a veces recorriendo todos los escalones de la profesión, peldaño a peldaño: corrector de pruebas, relaciones públicas, preparador de originales, traductor...

Hoy hay quien apuesta por empezar a bregarse en un master o por cultivar la crítica y de allí, si no se ha dado un golpe de efecto (para algunos carotas es el fin último de la crítica literaria), pasar a la edición. Gonzalo Pontón, hijo (llamarlo Pontón Gijón me parece demasiado contundente para alguien tan ecuánime y flexible), mientras vela las armas del conocimiento del oficio, reúne lo mejor de cada casa. A la tozudez, generosidad y acierto de su progenitor, cuya habilidad mayor quizá haya sido lograr rodearse de los mejores (en el caso del profesor mucho me temo que tiene que armarse de valor y paciencia, con lo que se asegura un sitio junto a Job), añade una rigurosa formación filológica, un conocimiento profundo de la historia y de la teoría literaria, si es que tales materias son susceptibles de ser separadas, que creo que no.

Encontrarse en la Universidad con un profesor, o compañero, con alguien que al refinado conocimiento añade la pasión por la literatura, con el que conversar es una invitación al pensamiento, sólo puede tacharse de lujo asiático. A sus 30 años es ya uno de esos raros especímenes que con la misma soltura y conocimiento de causa habla de La Celestina que del Libro del desasosiego, de los estegmas lachmanianos que del new historicism; edita el Quijote (aquí tiene que repartirse el mérito con Silvia Iriso) que antologa con sabiduría la narrativa breve del Siglo de Oro. De él se espera mucho, y de sus Letras de humanidad, que haga honor al sentido originario de la expresión que no consiste en otra cosa que en ser fiel a las exigencias de la época. Así, junto a la pervivencia de los ideales clásicos, debe abrir nuevas perspectivas al conocimiento, apostando por un ensayismo creativo que sortee la banalidad y prescinda de vanos alardes eruditos. Pero basta ya de alabanzas, pensándolo bien ni tiene mérito alguno ni podía ser de otra manera: ha tenido a los mejores maestros y el galgo es de la mejor casta.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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