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Columna
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Oficios

Durante la semana pasada la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituta ha celebrado en Almería unas Jornadas sobre este asunto, cuyo primer éxito es haber logrado que los problemas laborales de las prostitutas salten a la primera página de la prensa local, sin que ninguna de ellas haya tenido que morir descuartizada para conseguir este honor periodístico.

Algunos de estos problemas, padecidos tanto por las llamadas prostitutas de lujo como por las más baratas, siguen siendo los mismos que tenía el oficio hace quinientos años. Aldonza, la celebrada meretriz protagonista del Retrato de la Lozana Andaluza, la novela del jiennense Francisco Delicado publicada en 1528, se quejaba del abandono que sufrían al retirarse las mujeres que, como ella, habían entregado a la sociedad los mejores años de su vida. La Lozana pedía que la Seguridad Social cubriera su jubilación, que las viejas prostitutas recibieran una pensión vitalicia como guerreros lisiados en defensa de la república. De lo contrario, advertía, las jóvenes no querrán relevar a las veteranas; los galanes requerirán entonces a las casadas; éstas sacarán de sus casas dinero con que pagar a sus encubridores; y los maridos quedarán cornudos como ciervos a la sombra de un alcornoque.

Existen otros problemas, pero la Lozana no los previó porque son el resultado de nuestra propia realidad económica. Como sucede con otros oficios que los ciudadanos de la Comunidad Económica Europea no estamos ya dispuestos a desempeñar, la prostitución se nutre de inmigrantes, igual que algunas cofradías almerienses que esta Semana Santa no han encontrado fieles suficientes para salir en procesión, y se han visto obligadas a contratar extranjeros en paro. Cuando hablamos de inmigración, nuestro imaginario suele construir la estampa de un trabajador marroquí recogiendo tomates bajo los asfixiantes plásticos de un invernadero, no la de cinco lituanos portando a dos mil pesetas cruces y banderines en la procesión del Paso Blanco, y menos aún la sórdida imagen de una subsahariana prestando servicio por la mitad de ese dinero en un ruinoso cortijo de los alrededores de El Ejido. No se trata de ninguna postal melodramática, sino de una realidad económica: en el último año las prostitutas que ejercen en Almería se han multiplicado por tres, y han tenido que bajar sus tarifas hasta límites miserables.

La Lozana Andaluza no contaba con esto cuando advertía de los peligros que para el orden social tiene la escasez de prostitutas; no sabía que la inmigración ilegal siempre mitigará los desórdenes que pueda producir un deficiente relevo generacional. Para que luego diga don Rodríguez Comendador, Presidente de la Diputación de Almería, que hay que poner coto a los extranjeros, porque en España no cabemos todos. Ahí los tiene, ocupando puestos esenciales que sin embargo nadie quiere; desempeñando ellas aquel oficio necesarísimo para la república, al que se refirió don Quijote; y haciendo ellos de costaleros, sustentando como quien dice el sagrado peso de nuestra tradición. Un milagro de integración cultural, además; un prodigio imposible en otro país que no sea el nuestro.

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