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Columna
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Desconsuelo

Charles Chaplin tenía grandes y numerosos enemigos. Que el espectador medio pudiera reírse libremente del capitalismo mientras contemplaba una de sus películas, desató la ira de muchos y desencadenó una feroz campaña contra él, un judío vestido de vagabundo irremediable. Pero la provocación llegó demasiado lejos cuando aquel personajillo menudo, de bigote encogido y andar conmovedor se atrevió a denunciar en Tiempos modernos los abusos de la industrialización con una sátira demoledora. Lo que Chaplin defendía era el derecho a la dignidad de todo individuo atrapado en la locura de un capitalismo deshumanizado que reducía al hombre a un elemento más de la cadena de producción. Corría el año 35. Desde entonces a este comienzo de milenio el mundo ha girado mucho, tanto como ese globo terráqueo que el propio Chaplin hacía bailar sobre su mano en El gran dictador. Pero las cosas no han cambiado tanto y la explotación del individuo, aun en las sociedades más avanzadas, mantiene su vigencia. No hay más que observar la realidad más cercana para comprobar el modo en que hoy mismo, pese a tanto convenio colectivo y tanto pacto entre sindicatos y Gobierno, un número incalificable de empresarios se sigue enriqueciendo a base de burlar con sibilinas estrategias las líneas de ley. Crear dos empresas paralelas, por ejemplo, es bastante sencillo. Hacer un contrato de seis meses a un trabajador tampoco es complejo. Después de este plazo, si el empleado lo merece, se le admite de nuevo pero dándole de alta bajo la tapadera legal de la otra empresa. Y así alternativamente durante el tiempo que se tercie. El resignado asalariado que ha hecho cientos de horas extraordinarias sin exigir su cobro por miedo al despido, que se ha tragado tantas veces el orgullo por terror al desempleo, se ve en la calle, años después, con una ridícula antigüedad de seis meses y una indemnización que no le da ni para un viaje al desconsuelo. Está ocurriendo ahora, bajo el amparo de asesores fiscales y gestores a sueldo. Pero hacen falta unos ojos como los de Chaplin para satirizar con gusto a estos explotadores que nunca vieron Candilejas, El chico o Luces de la ciudad. Qué pena.

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