_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hacer la calle

Antiguamente, los jóvenes morían en el fragor de los campos de batalla y salían catapultados para la gloria. Morían, con generosa intrepidez, de un tajo, de una pedrada o de un disparo. Morían por sus dioses, sus patrias y sus tiranos, que eran no sólo una bella alegoría, sino titulares de la propiedad privada de bienes, tierras y fábricas. Aquellos jóvenes eran osados, ilusos y pobres. Hoy, los jóvenes mueren atravesados por una jeringuilla, intoxicados con alimentos malignos o con los sesos en vuelo rasante sobre el asfalto. Pero sus restos adornan de púrpura y laurel el mercado; y el mercado los consagra en el cuché, a todo color, de sus catálogos. Tal vez no tengan la prestancia de la muerte heroica, pero tienen la utilidad de la estadística. Cuantos se han dejado la vida en estos días feriados, rinden servicios póstumos a la ciencia y al progreso. Sus cenizas han alcanzado la naturaleza del meteoro: se han sacrificado a un clima espléndido y al imperativo del sol. Muy probablemente, de aquí en adelante, el hombre del tiempo ya no recurrirá a las isobaras, para hacer sus predicciones, sino a los tanatorios y al dossier de las esquelas mortuorias; y las agencias de turismo emitirán reclamos persuasivos: Tantas víctimas y sólo era abril. Figúrense, qué verano nos espera.

El mercado exige más carne humana, como las crueles divinidades de otras épocas. Pero morir de hambre, de enfermedad o de frío, es una ordinariez propia de mendigos y marginados. Hoy se muere de velocidad y de abundancia, que es una forma digna de morir matando tu desolada imagen. El mercado arrastra criaturas embaucadas y productos embaucadores: ocio, marcas, playas de moda, coches; y no concede tregua. Carlos Marx, que se pasó la vida entre el Mosela y la reflexión, ya enunció el fetichismo de la mercancía. Pero no llegó a imaginarse que la mercancía se iba a dedicar al ejercicio de la prostitución de lujo y a hacer la calle más comercial, iluminada y redonda de un mundo, que no es de ninguna famélica legión, sino del reino de los escaparates, las ofertas y los panolis.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_