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Columna
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Museos desnudos

Me van a permitir que hoy, tercer día de Pascua, haga una modesta proposición. El tiempo muelle de las pequeñas vacaciones aviva el seso para extravagantes pensamientos en un intento de dilucidar peregrinos problemas, extraños enigmas que la urgencia del día a día deja dormir en el olvido. Viene esto a cuenta del misterioso asunto de los museos, esos ilustres panteones de la memoria que con tanto afán se empeñan en levantar los gobiernos con pátina de ilustrados.

Levantar un monumento a lo que sea, siempre tiene algo de funerario. En cualquier caso, no deja de ser una apropiación del ilustre cadáver. Un museo es un monumento colectivo, una fosa común de objetos, o de ideas. Elogiar a los muertos que en vida se persiguieron es, a fin de cuentas, costumbre muy hispana. Aquí se ningunea a los científicos y se regatean hasta la avaricia los presupuestos de investigación, pero eso sí se levanta un Museo de la Ciencia tan monumental como huero.

El teatro, el cine y el audiovisual valenciano gozan de esos extraños momentos de lucidez que, dicen, precede al óbito. Una lucidez que, al menos, les da la certeza de permitirles precisar de qué mal van a morir como hicieron las gentes del teatro en la gala de premios que lleva el nombre de sus verdugos, la Generalitat Valenciana. Y sin embargo, lejos de administrarles alguna pócima revitalizadora, algún ungüento presupuestario, se les promete fantásticas ciudades del cine y del teatro. De nuevo el museo como gesto, como nicho.

Y luego pasa lo que pasa, como no hay cine ni teatro, pues a ver, ¿de qué van a llenar la dichosa ciudad, el museo de marras? Algo así es lo que debe estar sucediendo en el Museo Valenciano de la Ilustración, un magnífico edificio al que no acaban de acertar en dotar de contenidos. ¿Ilustración? ¿Qué Ilustración? Como no sea la del capitán Trueno, Pumby o Miguel Calatayud, ya me dirán. No es nuevo, los gringos acabaron con todas las tribus indígenas y sus culturas. Y, claro, como luego les ha resultado muy difícil hacer museos de sioux, o de apaches, han inventando los parques temáticos. Esa es la cultura posmoderna del fin de la historia, de la festiva celebración del disparate.

En La sociedad red Manuel Castells llama arquitectura de la desnudez a aquellas obras de formas tan puras y neutras que no pretenden decir nada y que por tanto su mensaje es el silencio. Pues bien creo, y aquí va mi modesta proposición, que dadas las dificultades de nuestros gobernantes para dotar de contenidos a los nuevos museos, lo pertinente, lo moderno, es dejarlos vacíos. Ya hay precedentes: los cenotafios, esos monumentos funerarios que se caracterizan precisamente porque no está el cadáver del personaje a quien se dedica.

De eso se trata, arquitectura de la desnudez para museos desnudos. Así podrían erigir museos al imperativo categórico, al turismo, al espíritu del pueblo valenciano, o incluso al mismísimo Espíritu Santo. Tiene muchas ventajas: se acaban mucho antes y antes se puede salir en la foto de la inauguración, cuestan menos, los gastos de mantenimiento son mínimos y, por lo tanto, se pueden construir más y hacer más inauguraciones. Piénsenlo bien, tiene muchas ventajas y además, seguro que la patronal de la construcción está de acuerdo, que es de lo que se trata.

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