Gólgotas y procesiones
De pequeño temía la Semana Santa. Eran sin duda los días más tristes del año. No comprendía a qué venía de repente, en medio de la primavera, tanta aflicción, tanto desconsuelo. Todo se opacaba, todo se apagaba. La televisión de blanco y negro se volvía más oscura todavía. Contaba las horas hasta que el 'Buen Hombre' resucitaba y se levantaba el velo negro que, amén el rostro de las mujeres, todo lo cubría.
Vende aún ese negro de la España carpetónica. Las procesiones discurren ahora empujadas por un añadido interés cultural, turístico... Se arremolinan a sus lados curiosos y devotos en similar proporción.
¡Avancen procesiones sin lágrimas por las avenidas del nuevo milenio! Ya hemos ascendido a muchos calvarios, arrastrado cadenas por largos asfaltos. Ya hemos consolado a todas las Dolorosas. Ya hemos temblado al paso de los cucuruchos negros y purgado sobradas angustias.
El Nazareno ya no quiere que le clavemos de nuevo en el madero. ¡Revoloteen ahora las golondrinas de Machado quitándole las espinas al Rey del Cielo en la cruz! ¡Alumbre la religión del dolor, una nueva espiritualidad de amor y gozo, sana y agradecida dicha renacida de un pasado de aflicción y muerte!
No es preciso rescatar todas las tradiciones, repetir año tras año la trágica escena de la crucifixión, rebobinar cada Pascua la historia de nuestros errores. Cede ya esa nostalgia del Ajusticiamiento. Calla el chirrido de las solemnes cadenas sobre las viejas piedras de nuestros pueblos. El Hijo del Supremo apartó la losa de la muerte, echó un guiño al Padre, se dio una ducha revitalizante y ahora danza sobre la hierba fresca e impoluta de nuestro Gólgota íntimo y profundo.-
