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ESQUÍ

El trágico regreso de un campeón olímpico

El norteamericano Bill Johnson, convertido en vagabundo tras Sarajevo 84, vuelve a la pista a los 40 años para recuperar a su familia y se rompe el cráneo en una caída

Enric González

Cuando Bill Johnson decidió volver, a sus 40 años, al esquí de alta competición, un amigo le preguntó si necesitaba algo. 'Esperanza', le respondió. El viejo esquiador, ganador de un oro en los Juegos Olímpicos de Sarajevo 84, había llevado una vida errática desde su fugaz gloria. Se había separado de su mujer, dormía en una furgoneta y trabajaba ocasionalmente como carpintero. Otra medalla, pensaba, le devolvería su familia y su felicidad. Lo intentó. El pasado 22 de marzo, en el Campeonato de Montana, sufrió una caída espeluznante. Ayer, al fin, salió del coma, pero los médicos no son optimistas respecto a su plena recuperación.

Johnson era en 1984 un semidesconocido de 23 años con tendencia a presumir de talento. Ningún esquiador norteamericano había ganado nunca un oro olímpico y su afirmación de que sus adversarios competían 'por el segundo puesto' causó sonrisas. Pero ganó el descenso gracias a una aerodinámica formidable y un estilo arriesgado. 'Soy una bala', proclamó.

El veloz descenso por las laderas de Sarajevo prosiguió en su vida personal. Perdió la forma y se alejó de la élite. Varias lesiones, de rodilla y espalda, le desmoralizaron y en 1989 se retiró. 'Su problema', explica su amigo Mark Schelde, 'fue que desde la infancia había soñado con la medalla. Cuando la tuvo, no halló otro objetivo'.

Johnson se inscribió en torneos de veteranos, encontró y perdió muchos trabajos e inició una vida de vagabundeo. Su mujer, Gina, y sus tres hijos, Tyler, Nicholas y Ryan, le siguieron. Querían una casa y en 1991 la lograron: un chalé en el lago Tahoe. Pero poco después Ryan, de un año, se ahogó.

La tragedia les devolvió a la carretera. Compraron y vendieron otras casas, Johnson probó nuevos oficios -vendedor a domicilio, golfista, piloto de trineos en Alaska-, pero las dificultades financieras y el nomadismo se hicieron insoportables para Gina y la pareja se divorció en 1998.

El pasado verano, Gina recibió una llamada. Johnson le dijo que volvía a la competición y que la familia estaría pronto unida de nuevo. Lo hizo desde abajo, con unos esquís anticuados y un traje estrenado 12 años antes.

Los esquiadores mejor clasificados ocupan los primeros puestos de salida, por lo que disfrutan de la mejor nieve. Cuando el último se lanza, la pista está repleta de baches y surcos. Y Johnson solía ser ese último. Sus resultados iniciales fueron mediocres. 'He ganado a los que se han caído', decía.

En febrero ya no era el último en salir. Figuraba entre los 40 primeros. Así consiguió unos esquís nuevos. Le pareció que el flamante equipamiento era lo que necesitaba para alcanzar su sueño: clasificarse para el Mundial y los Juegos de Salt Lake City. Sin embargo, no se acostumbraba a la forma de los esquís de hoy: cargaba el peso por detrás del centro de gravedad y su equilibrio era precario.

Johnson necesitaba quedar entre los cinco primeros en Montana, la última cita, para mantener sus aspiraciones. Salió el 34º entre 63. En un lugar llamado El Sacacorchos se fue de cabeza contra las vallas. 'Ayúdenme, por favor', dijo a los equipos de salvamento. 'En 22 años nunca había visto heridas peores', dijo el doctor Keith Lara. Tenía la lengua partida, bloqueándole la garganta; el cráneo roto y los pulmones inundados de sangre.

Cuando un amigo fue a recuperar la furgoneta-vivienda de Johnson, en el aparcamiento de la estación invernal de Big Mountain, sólo halló en su interior algo de ropa y una caja negra con la medalla de oro ganada en Sarajevo.

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